22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

A comienzos de año, de visita en Palma de Mallorca, fue una agradable sorpresa descubrir, en el escaparate de la mejor librería de la ciudad, una obra de Gabriela Wiener. Raro honor, sobre todo por tratarse de un libro de poemas (Ejercicios para el endurecimiento del espíritu), lo que confirmaba que la escritora peruana había conseguido hacerse un espacio en un medio tan competitivo como el español. Y vaya si no se lo ha ganado a pulso, desde que dejó el país algo más de una década atrás, con el fin de emprender una carrera literaria en Barcelona (luego daría el salto a Madrid), un sueño que albergan muchos jóvenes latinoamericanos y que muy pocas veces se cumple.

Como periodista, Gabriela Wiener ha acuñado un estilo propio. Su voz, intensa y personal, ha encontrado en el género de la crónica la vía de expresión más adecuada. Wiener cultiva el denominado periodismo “gonzo”, donde el autor interviene con descaro en los sucesos que narra y se empeña en dar una visión subjetiva de los mismos. Es una modalidad que desafía a la vieja escuela periodística, cuyos preceptos rechazaban el uso de la primera persona en singular y circunscribían el rol del reportero al de mero observador de los hechos. No obstante, abre un cúmulo de posibilidades de interpretación de la realidad y permite que el cronista ejerza una libertad similar a la del creador de ficciones.

Lo interesante en el caso de Wiener es que ha sabido aprovechar las licencias del género concebido por el extravagante Hunter S. Thompson para confrontar el mundo con sus certezas e inseguridades. Audaz e irreverente, arremete contra las normas y tabúes que atenazan su condición de mujer. Por ello, no teme desnudarse ni revelar sus pulsiones más oscuras y contradictorias. En ese sentido, recuerda la franqueza y el desparpajo de Henry Miller, en especial cuando habla de sexo. Pero tampoco hay que equivocarse: Wiener es una diestra prestidigitadora y no ignora que contar implica un artificio y una impostura. Pese al carácter autorreferencial de sus historias, ella asume el papel de un personaje llamado Gabriela Wiener, de la misma manera en que el autor de Trópico de Cáncer adjudicaba su nombre y apellido al narrador de sus escandalosas andanzas. Es decir, ella se vale de un recurso propio de la ficción para explorar un ámbito de no ficción. De ahí que no necesite convertirse en novelista para que su escritura periodística adquiera la categoría de literatura.

Su último libro, Llamada perdida, es una buena prueba de ello. La prosa de Gabriela Wiener muerde, perturba, revuelve. Y, como si eso no fuera suficiente, también nos hace reír.


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