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Opinión

Escribo estas líneas en homenaje a dos mujeres ejemplares que acaban de partir y que tuve el honor de conocer. A Cecilia Raffo le debemos Bienvenida, una estupenda revista dedicada al turismo cultural que circuló en nuestro medio entre 1992 y 2005. De carácter bilingüe (inglés y español), se convirtió en un hito en su género. No solo se distinguió por revelar lugares y aspectos desconocidos del país, sino que contó con un notable equipo multidisciplinario, al que pertenecieron Elsa Arana Freire, Antonio Cisneros, Abelardo Sánchez León, Luis Millones, Rafo León, Alonso Ruiz Rosas, Lorenzo Osores, Roberto Fantozzi y Billy Hare. Sin duda, el entusiasmo de su directora fue clave para llevar esta aventura editorial a buen puerto. Cecilia Raffo irradiaba una nobleza y encanto sin par, algo raro en un oficio donde el maltrato y las intrigas suelen estar a la orden del día.

En cuanto a Lilly Caballero de Cueto, fue una educadora que hizo de su vocación una profesión de fe. Casada con el intelectual Carlos Cueto Fernandini, desplegó una labor pionera al insistir en la importancia capital de los primeros años de formación y la necesidad de instalar bibliotecas infantiles, sobre todo en los sitios más pobres y marginales. Así, creó el Centro de Documentación e Información de Literatura Infantil (Cedili), con el que batalló en pro de la lectura, lo que la llevó a editar libros aptos para esa edad, varios de los cuales debió concebir ella misma ante la falta de autores especializados.

Lilly Caballero de Cueto era una de las últimas sobrevivientes de aquel grupo de escritores y artistas que solían reunirse en la mítica peña Pancho Fierro. En ese ámbito floreció la amistad de José María Arguedas, Emilio Adolfo Westphalen, César Moro, Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Fernando de Szyszlo, entre otras figuras de la Generación del 50. La temprana desaparición de Carlos Cueto Fernandini, reputado filósofo de la educación, no impidió que cumpliera los ideales que ambos se habían trazado desde que se conocieron en el Instituto Psicopedagógico Nacional. Prueba de ello es el legado basado en altos valores humanistas que se esforzó por transmitir a sus hijos Alonso (escritor), Marcos (historiador) y Santiago (psicólogo). Mujer de temple, enérgica y dinámica, continuó trabajando hasta muy avanzada edad. En una entrevista que concedió tres años atrás, a los 86, declaró que todavía tenía muchos proyectos que realizar. Asimismo, recordó que su esposo solía decir que “la biblioteca debe ser una casa donde se coma, se duerma y se converse”.


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