Las elecciones al Parlamento catalán que se realizan hoy domingo han adquirido un cariz plebiscitario que pone en jaque al Gobierno central y puede tener efectos desastrosos para la cohesión de España. Como se sabe, el proyecto soberanista en Cataluña pretende que el resultado de estos comicios –que, según las encuestas, sería favorable a su causa– sea el punto de inflexión para lanzar una declaración unilateral de independencia. Sin embargo, este desafío al orden legal –un plebiscito de esta clase es contrario a la Constitución española– supone una manipulación política que traerá graves consecuencias a la sociedad a la que presuntamente se quiere beneficiar.
La hegemonía nacionalista ha hecho de la lengua catalana la piedra de toque de su ideología, pero ha sobrestimado su poder de integración. De los siete millones y medio de pobladores, hay un tercio –extranjeros y españoles– que no ha nacido en Cataluña y que reside y trabaja allí, y, sin duda, forma parte de su cultura, aun cuando su lengua materna no sea el catalán. Por tanto, se trata de una sociedad heterogénea que se ha enriquecido con la diversidad. ¿Cuál es, pues, la identidad catalana? Tiene razón Felipe González cuando advierte que la secesión provocaría una profunda fractura social en la que llevarían la peor parte aquellos ciudadanos que carecen de “pedigrí” catalán y a los cuales no les parece contradictorio ser, al mismo tiempo, catalanes y españoles.
He tenido la suerte de residir en Barcelona en el periodo 1998-2003 y puedo asegurar que nunca me sentí excluido por mi condición de extranjero y mucho menos por no hablar catalán. Más bien, fue alentador comprobar que los catalanes con los que trabé contacto eran perfectamente bilingües. Si bien había un sector nacionalista, la disensión no escapaba de un cauce democrático y nada hacía prever la escalada separatista de los últimos tiempos. La Ciudad Condal era un estupendo lugar para vivir, una urbe cosmopolita donde prevalecía un orden cívico y una convivencia respetuosa. Había sido un foco de resistencia contra el franquismo y el escenario que permitió florecer a una brillante generación de escritores, artistas e intelectuales. Era el centro de la industria editorial de lengua española y el ámbito que había hecho posible la emergencia del “boom”. Y, por cierto, aún continuaba atrayendo a muchos jóvenes letraheridos latinoamericanos, quienes se esforzaban por seguir las huellas legendarias de García Márquez y Vargas Llosa.
¿Qué ocurrirá hoy? Imaginar a España sin Cataluña resulta tan disparatado como pensar en Cataluña al margen de España. Si se cumplen los pronósticos, lo único que tengo claro es que el que gana pierde.
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