22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

En un click puedes comunicarte con una persona que se encuentre en cualquier parte del mundo puedes chatear o hablar cara a cara, o lo que prefieras. En un click puedes ver en tiempo real el movimiento de una calle de Londres, o puedes asistir a esa función de ópera en vivo que se presente en el MET. Los más avezados pueden tener un encuentro sexual con una coreana que no entiende lo que le dicen pero sabe lo que le piden. Vivimos en un mundo donde nada está lejos, nada es inalcanzable. Desde la pantalla de una computadora, una tablet, un teléfono o un reloj podemos transportarnos en segundos al lugar que queramos, cuando queramos, como queramos.

Sin embargo, en la era de la globalización, que parece habernos unificado a todos, que un ser humano de un país pobre cruce la frontera de un país rico es más difícil a que un camello pase por el ojo de una aguja. Estados Unidos construye gigantescos muros para que no pasen sudamericanos, que hacen ver al de Berlín como una murallita de arena de playa. Europa observa desde su espléndidas y exclusivas costas cómo todas las semanas se ahogan 400, 700, 300, ciudadanos que huyen de la hambruna del África o de la locura del avance del Estado Islámico. Mientras líderes y presidentes claman por la paz mundial o tratan de controlar las armas de Irán, según cifras de ACNUR a finales de 2011, el número de personas desplazadas forzosamente por razones de seguridad en el mundo alcanzaba los 42,5 millones. De estos 26,4 millones son desplazados internos, 895.000 solicitan asilo y 15,2 millones son refugiados.

Son más de 40 millones de personas que lo han perdido todo menos la vida, pero que son rechazados por continentes como el europeo que tras cada guerra repartió a sus ciudadanos (siempre bien acogidos) por todo el planeta. Son Ignorados por países que hoy miran con asco a ese que se ahoga en la orilla de la misma playa de la que alguna vez ellos mismos tuvieron que huir.


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