De quedar habilitadas todas las listas parlamentarias para las próximas elecciones de abril, los peruanos tendrán que elegir entre 2,470 candidatos a los 130 congresistas que los representarán. Es inevitable preguntarse (y usted lo debe estar haciendo mientras lee esta columna) qué anima a un individuo a querer ingresar a una institución tan desprestigiada. ¿Por qué formar parte de ese grupo que hoy despierta desconfianza en más del 85% de la población? ¿A santo de qué meterse en un sitio donde lo tildarán de ocioso, ‘otorongo’, ‘comechado’?
Para esta pregunta debe haber casi tantas respuestas como candidatos. No podemos negar que algunos serán movidos por intereses particulares y otros solo por afanes de figuración.
Pero estamos, y este es el verdadero sentido de esta columna, quienes buscamos entrar a una institución de la que ya nadie espera nada bueno porque creemos firmemente que podemos hacer las cosas distintas.
Que el sistema de representación puede funcionar para que el Estado esté al servicio del ciudadano, puede servir para que las leyes acompañen (y no estorben) a los peruanos en su camino al desarrollo personal, puede ayudar a esclarecer la verdad ahí donde muere un peruano en una protesta, puede fiscalizar a ese funcionario que se está birlando el dinero de los más pobres.
El Congreso puede y debe volver a convertirse en ese espacio donde está presente el padre con sus demandas, los niños con sus sueños, las madres con sus necesidades, los jóvenes con sus aspiraciones.
Y sí, pues, querido lector, este periodista una vez más abandona los sets de televisión, las cabinas de radio y el amable espacio que Perú21 me ha permitido compartir con ustedes para postular al Congreso de la República. Serán ustedes, como lo han hecho semanalmente, los que decidirán si vale la pena acompañarme. Gracias.
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