22.NOV Viernes, 2024
Lima
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Opinión

A raíz de la presentación en el Gran Teatro Nacional de Escenas de la vida conyugal, obra basada en la película de Ingmar Bergman del mismo título, mi colega Gustavo Faverón ha llamado la atención sobre los altísimos precios que suelen tener las entradas en dicho escenario. Sin duda, se trata de una producción de calidad, dirigida por la célebre Norma Aleandro y protagonizada por un actor de moda como Ricardo Darín. Pero, ¿cómo se explica que ver este montaje en Lima cueste el triple que en Madrid o Buenos Aires? ¿No fue construido el Gran Teatro Nacional para que los espectáculos puedan estar al alcance de las mayorías?

No es la primera vez que esto ocurre. Hace tres meses, el trompetista Wynton Marsalis y la orquesta de jazz del Lincoln Center ofrecieron un concierto en ese recinto. El importe de las entradas nos pareció escandaloso, sobre todo porque habíamos tenido la suerte de escuchar a esa big band en el Palau de la Música en Barcelona y no nos había costado más de cincuenta euros (por cierto, tampoco hemos pagado sumas mayores para escuchar a monstruos de la talla de Miles Davis o los Rolling Stones). Por eso averiguamos los precios de los boletos en Chile, Argentina y Uruguay, donde tocarían los músicos tras hacerlo en Lima, y constatamos que las localidades eran muchísimo más asequibles.

¿Cómo era posible tanta diferencia? Después de todo, el caché de la orquesta debía de ser el mismo. Y, si el aforo del Teatro Municipal de Santiago es similar al del Gran Teatro Nacional (unas mil quinientas butacas), ¿por qué allí una platea valía casi cuatro veces menos que en Lima? ¿Son tan elevados los impuestos a los espectáculos en el Perú? ¿Por qué se cargan tanto los costos? En cualquier caso, está claro que, dado que los gastos operativos de un auditorio de esta categoría son altos, no tiene sentido programar espectáculos tan caros si no se cuenta con subvenciones que permitan poner las entradas a precios razonables. De otro modo, lo único que se promueve es una elitización de la cultura. Y ese no es el rol que le corresponde al Gran Teatro Nacional.

En nuestro país no faltan empresarios angurrientos que se aprovechan del dispendio de un sector privilegiado al que no le importa pagar precios exorbitantes. Por supuesto, eso es válido en un régimen de libre mercado, pero resulta inaceptable cuando se trata de una institución pública que no persigue el lucro y que aspira a favorecer los intereses de un público mayoritario. Por tanto, ya que Indecopi no se pronuncia, el Ministerio de Cultura, del que depende el Gran Teatro Nacional, nos debe una explicación.


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