La mayoría de autoridades electas empieza su gestión con un periodo de gracia otorgado por el electorado. En Lima, los alcaldes reelectos inmediatamente (Castañeda en el 2007) suelen iniciar con una altísima aprobación (85% en el caso mencionado). Los debutantes (Castañeda en el 2003, Villarán en el 2011) reciben generalmente un apoyo mesurado pero significativo (bordeando el 50% en ambos casos mencionados). Según Ipsos, la tercera gestión de Castañeda arranca con un importante 68% de aprobación, apoyo que aumenta conforme se desciende en niveles socioeconómicos (39% en A, 58% en B, 65% en C, 77% en D y 88% en E). Además de retomar la alcaldía con un espaldarazo generalizado, el líder solidario es popular en los estratos bajos (0% lo desaprueba en E). Si bien coincido con varios analistas en que ha emergido un sentido común fiscalizador entre los limeños, en la actualidad Castañeda debe ser el político peruano con mejor imagen ante la opinión pública. Las acusaciones de corrupción solo parecen tener efecto en los niveles de ingreso altos. Entre quienes lo desaprueban (21% de limeños), el 49% cree que encabezará un gobierno corrupto (79% en A) y el 26% lo cree incapaz de resolver los problemas de tráfico de la ciudad (57% en A). En cambio, entre quienes lo aprueban (68%), el 53% lo hace por su experiencia, el 45% lo califica como “hacedor de obras” y el 33% por su enfoque en los más pobres. ¿Cómo fiscalizar a un alcalde popular en plena luna de miel? La popularidad del alcalde no puede ser sinónimo de “cheque en blanco” porque puede convertirse fácilmente en impunidad. La oposición debe asumir los costos de la antipatía si quiere cumplir el rol para el que fueron elegidos. Por ahora, un 21% de limeños lo agradecerá.
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