El fin de semana último, dos de nuestros partidos políticos más añejos realizaron megaeventos. El Apra celebró el Día de la Fraternidad, mientras que el PPC llevó adelante su decimoséptimo congreso estatutario. ¿Qué ofrecen nuestros viejos partidos entre tantos potenciales outsiders presidenciables?
Ninguno de los dos partidos citados pasa por momentos felices; incluso algunos analistas los siguen dando por “muertos”. El Apra, de la mano de un recorrido García, intenta remontar el desprestigio a partir de un discurso electoral centrado en obras, propio de una época pasada (quizá ello evidencia que seguimos, como sociedad, anclados al siglo XX). El PPC atraviesa una crisis interna fundada en el enfrentamiento de facciones por el control partidario en circunstancias previas a la definición de alianzas y candidaturas presidenciales. En medio de este contexto, aparecen los reflejos y las capacidades de la vieja escuela.
El Apra, sin dudas, lleva la delantera. Si bien ambos partidos apelan a sus militancias, la estrella procura una mayor apertura mediante la sugerente propuesta de internas abiertas a cualquier ciudadano. En cambio, el mapa se cierra ante la necedad de una candidatura propia. Las consecuencias saltan a la vista: según GfK, el 23% de peruanos se siente cercano al Apra mientras que solo un 6% simpatiza con el PPC. La persistencia del Apra parece más clara a pesar de sus “antis”; la del PPC dependerá de plantear coaliciones inteligentes, alianzas estratégicas que han sido empleadas fructíferamente los últimos tres comicios generales. Se podrá seguir diagnosticando la defunción de los partidos peruanos, pero nuestra política depende aún de sus viejos saurios –pero renovados.
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