23.NOV Sábado, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
Clasificados
Opinión

Ciertamente, todo indica que ha llegado el fin del libro tal como lo conocemos, pero esto no supone su extinción.

Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y Letras
Escritor

En el reciente VI Congreso Internacional de la Lengua Española, Mario Vargas Llosa reveló su temor de que “la batalla final entre el libro digital y el libro de papel” acabe con la derrota y desaparición del segundo. Por nuestra parte, no somos tan pesimistas. Ciertamente, todo indica que ha llegado el fin del libro tal como lo conocemos, pero esto no supone su extinción. Así como las tablillas, papiros o pergaminos fueron superados por el papel, hoy se imponen los formatos digitales en pantallas electrónicas. El libro no muere, solo cambia de soporte. La era Gutenberg cede el paso a la modernidad.

Es verdad que nos gustan los libros impresos en papel y que todavía nos resistimos al cambio. Con ellos aprendimos a leer y disfrutamos de su aspecto, texturas y características que los convierten en cosas únicas. Pero, ¿qué ocurrirá con las nuevas generaciones? Sin duda, quienes adquieran toda su cultura a partir de e-books no extrañarán lo que nunca poseyeron. Sí, claro, podrán cargar una biblioteca entera en un artefacto que se sostiene con una sola mano, pero se habrán perdido el placer de hojear un libro, es decir, un objeto real y no un ente virtual que flota en el ciberespacio. Pese a ello, creemos que no hay vuelta atrás.

Más allá de nuestro fetichismo por el libro de papel, admitimos las ventajas de la edición digital. Ya no se matarán árboles ni habrá problemas de espacio (¡solo un bibliófilo sabe que los libros se multiplican como conejos, invaden las casas y arrinconan a sus habitantes!). El e-book tiene todas las de ganar. No obstante, se avecina un periodo de transición complicado y doloroso. Porque sufrirán tanto los viejos lectores como los impresores, distribuidores y libreros (¿se imaginan un mundo sin librerías?). Incluso, las editoriales deberán afrontar el riesgo de que los autores eludan su filtro y lancen autoediciones a través de la red, las cuales les darán utilidades mayores y sin intermediarios.

Es probable que el libro tradicional subsista como una rareza y exquisitez, al igual que el vinilo en relación con el disco compacto. Una solución sería potenciar el sistema de publicación bajo pedido (algunas librerías ofrecen ese servicio para los títulos descatalogados que no son reeditados por su escasa demanda comercial), con máquinas (Espresso Book Machine) que en solo cinco minutos le imprimen y encuadernan un volumen al usuario. En consecuencia, aquellos inconformes con el libro electrónico siempre dispondrían de una versión a la antigua usanza. Si no, ¿cómo podría Vargas Llosa autografiarme un “ejemplar” digital de su última novela?


Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.