El ‘ex’ chileno

Sebastián Piñera estuvo en Lima e incomodó a muchos con su defensa del triángulo terrestre, que fue tomada como un gesto de agravio desde el propio suelo patrio. Personajes ideológicamente tan disímiles manifestaron su rechazo y algunos, como el parlamentario Jorge Rimarachín, se animaron incluso a organizar una portátil-Piñera-go-home.

En su país, Piñera está vigente políticamente y tiene pretensiones de retornar a Palacio de La Moneda. Está muy motivado a participar activamente en el debate político, así sea con posiciones tan acérrimas como la interpretación chilena post-La Haya. Hasta está dispuesto a sacrificar la diplomacia por el guiño electoral a sus conciudadanos.

Hace poco, la revista chilena ¿Qué Pasa? publicó una encuesta sobre el legado de los ex presidentes sureños. A la pregunta sobre cuál ha sido el mejor presidente desde 1990, los chilenos respondieron mayoritariamente por Michelle Bachelet (37%), seguida por Sebastián Piñera (24%) y Ricardo Lagos (14%). Piñera es percibido positivamente, sobre todo, en los estratos medios (62%) y entre los más jóvenes (56%). Quizás el tipo de declaraciones reseñadas no solo sea un intento de justificar su gestión ante La Haya, sino también sintonizar con la derecha más afín al discurso nacionalista.

No es casual que, según este sondeo, el 20% de chilenos considere el gobierno de Pinochet como “muy bueno y bueno” (porcentaje similar alcanza el de Allende con 23%). De hecho, un nieto del dictador anunció la creación de un partido –Por Mi Patria– que reivindica (y justifica) el legado pinochetista y “actualiza su agenda”: restricción a inmigrantes y trato especial a militares presos por crímenes de lesa humanidad. Como ven, Chile es un país donde el ‘ex’ nunca termina de irse.