Evo Morales se había puesto la valla demasiado alta. Elegido con 54% de los votos en 2005 y 64% en 2009, consideró que seguiría escalando en las mismas proporciones. Su meta era llegar al 74% y ganar en los nueve departamentos bolivianos, para terminar así con la polarización territorializada entre el Occidente zurdo y el Oriente derechoso. No pudo: obtuvo el respaldo del 60% y se alzó con la victoria en ocho jurisdicciones (todas menos Beni). Entonces, corresponde la pregunta: ¿ha llegado a su techo el re-reelecto presidente boliviano?
No caben dudas de que la victoria de Morales ha sido abrumadora. Pero no deja de sorprender que, teniendo todas las condiciones para crecer más en términos electorales (bonanza económica, fragmentación de la oposición, uso de recursos públicos, etc.), su apoyo se estancara. Si bien es cierto que ganó por primera vez en regiones opositoras (Santa Cruz), en términos generales cedió cuatro puntos con respecto a la elección anterior. Por otro lado, una débil oposición aún puede concentrar su apoyo entre el 25% y el 30% en un candidato (Samuel Doria obtuvo 26% el domingo; Manfred Reyes, el 26% en el 2009; y Jorge Quiroga, 28% en el 2005). Así, amerita preguntarse sobre la viabilidad de una oposición unida.
Por ahora, Morales gobernará en el mejor de los escenarios posibles. Al proceso político y social que supuso el fortalecimiento del MAS, se suman los cambios sociales impulsados por el crecimiento económico. Así, un gran porcentaje de bolivianos sale de la pobreza y la clase media se va ensanchando, pero ‘a la peruana’, es decir, sin institucionalidad política y con informalidad. La gran diferencia es que cuenta con un partido fuerte y enraizado, pero hasta ahora sin convicciones institucionales. Veremos.
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