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Opinión

“Para Julie de Trazegnies, escribir era ‘un medio de sobrevivencia. Es más que una necesidad, es la única manera de seguir viviendo’”.

Escritor

La reciente y temprana de-saparición de la escritora peruana Julie de Trazegnies nos ha llevado a reflexionar sobre la incidencia de las enfermedades en el ámbito literario. En su libro ya clásico sobre la enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag analizó el fenómeno social generado por la tuberculosis y el cáncer. En el siglo XIX, la primera de estas dolencias acabó con Poe, Keats, Chéjov y Emily Brontë, y siguió haciendo de las suyas hasta bien entrada la siguiente centuria, como lo delata las muertes de Katherine Mansfield y D. H. Lawrence. Entre los peruanos, Carlos Oquendo de Amat, a quien se debe esa joya de la vanguardia titulada 5 metros de poemas, fue otra de sus víctimas, cuando apenas contaba 30 años. En cuanto al cáncer, Sontag observó que estaba considerado “como una maldición; metafóricamente era el bárbaro dentro del cuerpo”.

En la mitología que se ha creado en torno a esta enfermedad, suele asociarse la personalidad del canceroso con la idea del fracaso. En ese sentido, la ensayista recordaba que Rimbaud murió de cáncer, sin poder disfrutar de las monedas de oro que había acumulado con tanto sacrificio en su exilio africano y que había escondido dentro de su cinturón.

Algo similar ocurrió con Julio Ramón Ribeyro, quien hizo de “la tentación del fracaso” –como tituló su diario íntimo– un estilo de vida. Como se sabe, aunque se salvó de milagro en una ocasión, sucumbió ante los embates de un segundo cáncer, en circunstancias en que se aprestaba a viajar a México para recibir el premio Juan Rulfo.

Rainer Maria Rilke pereció minado por la leucemia, mal que también se llevó a la tumba a Susan Sontag y Raymond Carver, al igual que a Roberto Bolaño, cuando el novelista chileno alcanzaba el umbral de la cincuentena. El autor de Los detectives salvajes reconoció que “escribir sobre la enfermedad, y más si uno está gravemente enfermo, puede ser un suplicio. Si uno además es hipocondríaco, se trata de un acto de masoquismo, pero también puede ser liberador”.

Para Julie de Trazegnies, escribir era “un medio de sobrevivencia. Es más que una necesidad, es la única manera de seguir viviendo, de salvarme. (…) La creación literaria es mi espada de lucha y mi escudo de protección. No puedo vivir ya sin escribir”. Su breve legado incluye un interesante libro de relatos, Maldita sea (2008), y tres volúmenes de literatura infantil. Asimismo, una primera novela a la que entregó su último aliento y que ojalá sus editores no tarden en rescatar. El estoicismo frente a la adversidad es notable en algunos letraheridos, para quienes escribir significa rebelarse contra el destino y la posibilidad de superar, aunque sea en forma vicaria, las limitaciones de la condición humana. Como bien dice el escritor español Fernando Aramburu, se mire por donde se mire, la muerte es una pérdida de tiempo.


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