Una de las grandes transformaciones de Ollanta Humala como mandatario ha sido su gran sintonía con el sector empresarial. Como evidencia la entrevista del presidente de la Confiep publicada ayer en Perú21, se reconoce un “cambio estructural en la forma de pensar” de Humala y de su equipo, a tal punto que se le entiende como un “gobierno de buenas intenciones”. ¿Cómo es posible que el otrora enemigo de campaña esté tan complacido luego de casi cuatro años de gestión? El presidente Humala ha logrado introducir garantías que satisfacen al empresariado, pero nunca llegará a generar confianza. El manejo de la economía (MEF y Banco Central), la expansión de tecnocracias en más sectores del gabinete y la defensa de banderas pro inversión (“Conga va”) complacen al poder fáctico. Pero jamás un “velasquista” (entiéndase así a quien cree que el “régimen de Velasco fue uno de los grandes aportes en la historia económica y política del país”, García Miró dixit) podrá ser de la confianza del poder económico de este país. Para García Miró, Humala partió con un “error de origen”: considerar al sector privado como su enemigo. Según el entrevistado, el presidente da un giro positivo cuando abandona sus “posiciones ideológicas… manteniendo ciertos principios”. Sin embargo, esos “principios” son tan ideológicos como las posiciones originarias de Humala. Precisamente por la adopción acrítica de esos “principios” (pro mercado) es que el empresariado no necesita pautar las políticas del Ejecutivo (como se dice de la ‘ley Pulpín’). Este gobierno –salvo algún lapsus– camina derecho como quieren los principales beneficiados del establishment económico. No hay mayor fundamentalismo que el del converso. ¿Quién no quisiera un enemigo así?
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