Carlos Meléndez,Persiana Americana
El presidente de la Confiep, Alfonso García Miró, entrevistado por el diario Gestión, consideró que la evolución que han tenido los empresarios, la burocracia pública y la academia no ha tenido parangón en la clase política. Indicó que “el único que se ha quedado en el siglo XIX, lamento decirlo, es el sector político”.
A esta crítica a la clase política no le falta razón. Los partidos se han quedado –diría yo– en un país anterior al ajuste estructural. Su chip corresponde a una representación mediante corporaciones –desde sindicatos hasta gremios empresariales– ya pretérita. En la actualidad, los políticos han sido rebasados desde abajo y desde arriba. Desde abajo, la informalidad (y sus expresiones celebratorias, acá ‘emprendedurismo’) congrega a tantos peruanos que es irresponsable no atender sus demandas. Los partidos no saben cómo. Que sirvan de muestra las idas y vueltas del régimen pensionario para independientes. Creer que con la suspensión del pago obligatorio a las AFP –como sostiene el aprista Mauricio Mulder– se solucionó el problema solo evidencia el cortoplacismo de nuestra ‘representación’ política.
Desde arriba, los sectores económicos influyentes practican una gestión de sus intereses que pasa por alto a la clase política. La penetración de lobbies en el Estado, la presión mediática y el cabildeo sin rendición de cuentas socavan las bases del fortalecimiento partidario. La calidad del vínculo entre políticos y empresarios es responsabilidad de ambos actores. Se reconoce la debilidad de los primeros, pero se obvian los resultados perjudiciales producidos por la fortaleza de los segundos, es decir, el avasallamiento de los intereses de los grandes capitales (por encima de otros), que aprovechan la crisis de representación.
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