Ricardo Vásquez Kunze,Desayuno con diamantes
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En 1610, en un accidente deportivo mientras participaba en un torneo, muere Enrique IV de Borbón, rey de Francia. Inmediatamente, según mandan la costumbre y las leyes del reino, es proclamado rey su hijo Luis, de apenas 9 años. Su madre, María de Médicis, una italiana ambiciosa y obtusa, asume la regencia en nombre del rey-niño, empuñando así las riendas del Estado. Luis XIII es dejado a la deriva, sin educación y afectos maternales. Cinco años después, Luis es declarado apto para gobernar el reino por el Parlamento de París, a la edad de 13 años. Huraño y obsesionado con la vida militar, el pequeño rey deja el gobierno en manos de su madre la que, aprovechando su suerte más allá de los límites que impone el amor filial, abusa de él sumiendo a Francia en el caos. En 1615, a los 14 años, Luis XIII asume las responsabilidades del matrimonio de Estado y se casa con Ana de Austria, la célebre protagonista de Los tres mosqueteros. La odiará toda su vida. Al año siguiente, y estando ya Francia al borde del abismo bajo la batuta de su madre, Luis XIII se propone ejercer personalmente el poder. María de Médicis se niega a dejarlo, usurpándole el gobierno a su hijo. Luis XIII da entonces un golpe de Estado. Manda a ejecutar al favorito de su madre, el italiano Concini, y le ordena a María de Médicis a “ne se meler plus de rien”, o sea, a no entrometerse en nada, enviándola al exilio. Luis XIII tenía entonces 16 años.
Nadie conoce su nombre porque la ley de protección a los niños y adolescentes lo apaña, pero sus iniciales son A.M.P.G. y su alias es ‘Gringasho’. Tiene 17 años y es el sicario más famoso del país. Escapó de un “albergue de menores”, ‘Maranguita’, mientras la capital festejaba el año nuevo de 2013. Era su segunda fuga. La anterior había sido a balazos, de la Floresta de Trujillo, hace un año, cuando tenía 16. Quería solazarse con su “novia”. Su carrera delictiva empezó a los 11, siendo un niño. A los 14 cometió su primer crimen, asesinando a la enamorada de su primo, a la que encontraron descuartizada. A partir de ahí no paró. A su corta edad, el adolescente tiene, según la policía, por lo menos 10 muertos en su haber. Aún no ha sido recapturado, aunque hace ya varios días el ministro del Interior aseguró que ello era “cuestión de horas”.
La pregunta que se impone con toda la fuerza de la razón es por qué a un niño-adolescente puede, en un caso, hacérsele responsable de la pesada carga del gobierno de un país y a otro no de sus abominables crímenes. Las edades son las mismas, pero las responsabilidades diferentes. Mientras que el rey-niño las tiene todas, el sicario-niño no tiene ninguna. ¿Es este el “progreso” y el “desarrollo” del que tanto nos ufanamos los modernos?
Mis colegas abogados dirán que ello se explica en función de la ley. Es cierto. Es la ley la que atribuye las responsabilidades. En la nuestra, los niños y adolescentes no son responsables de nada, por lo menos de nada grave, aun se trate de un crimen. Así, tenemos que la responsabilidad ante la ley no se produce en función del discernimiento de los hechos cometidos, sino de la edad de los que los cometen. Mientras que Luis XIII era responsable a los 13, ‘Gringasho’ es inimputable a los 17.
Ese es el problema cuando la ley está divorciada de la realidad. A los 13 años, cualquiera que viva en sociedad tiene discernimiento sobre el bien y el mal. Coincide éste también con la madurez sexual. Simplemente, es cuestión de seguir a la naturaleza. Nuestras leyes no lo hacen, partiendo del supuesto de que los niños y adolescentes son débiles mentales, únicos irresponsables de no poder hacer un balance entre lo que es bueno y malo.
Eso tiene que cambiar. Hay que devolver a los niños la dignidad que tienen los verdaderos reyes haciéndoles responder por sus actos. Ante la ley. Ante la justicia. Esa es la verdadera civilización.
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