El fujimorismo y el nacionalismo nacieron en distintos momentos históricos como fuerzas opositoras al sistema (político y económico). El paso por el gobierno y la adopción de políticas de mercado –considerando los matices entre cada uno de ellos– coadyuvaron a su admisión en el establishment. Sin embargo, persisten sectores políticos que propugnan la exclusión del fujimorismo, mientras Humala carga aún con el apelativo de “velasquista” que genera desconfianza entre empresarios. No obstante, mal que bien, son actores legítimos que acarrean los defectos de pertenecer a una política desinstitucionalizada como la peruana.
Keiko Fujimori se ha ofrecido a dialogar con el propio presidente Humala “en aras de la gobernabilidad” y la democracia. Casi paralelamente, la premier Ana Jara convocó un encuentro político plural, con la participación personal del mandatario. De concretarse el lunes próximo la reunión –privada o colectiva, incorporando a otras figuras políticas–, se estaría promoviendo una sinergia institucional en la que precisamente dos ex outsiders antisistema asumirían la protección del mismo.
La materialización de este diálogo (y su encomiable continuidad) avanzaría hacia la consolidación de un renovado eje político, de incorporar al Apra como tercero (y único sobreviviente relativamente exitoso de la vieja escuela). Pero a diferencia del nacionalismo, el fujimorismo y el aprismo cuentan con más posibilidades de sobrevivir y trascender. La inexperiencia de la pareja presidencial ha pasado factura porque su animadversión recalcitrante con sus opositores tiene, hasta el momento, un carácter autodestructivo. El diálogo se perfila como un camino de ligera enmienda más allá del 2016. ¿Estarán a tiempo?
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