22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

El encuentro político que acogerá hoy Palacio de Gobierno podría ser catalogado por algunos como un “diálogo sin crisis”. Si, como señala Alberto Vergara, no hay crisis económica, la “cumbre” anunciada se degrada a cháchara politiquera. De hecho, el titular del MEF, Alonso Segura, nos ha conminado –vía RPP– a eliminar la palabra “crisis” de nuestro vocabulario. Si el modelo de profundización de reformas de mercado es consensual, no habría espacio para discrepancias de fondo sino puro encono y mezquindad personal. “¿Crisis? ¿Qué crisis?”. Es aquí donde Vergara y Segura se dan la mano.

No todas las crisis son económicas, siquiera las peores lo son. Ello no implica que minimicemos otros tipos de desequilibrios. Considero que atravesamos una severa crisis institucional que subyace en la corrupción (aludida al vuelo en el texto de Vergara). ¿Acaso el colapso de los gobiernos regionales, la penetración de la mafia en la política, el lavado de recursos al más alto nivel no ameritan la calificación de “crisis”? Más bien, la corrupción como arena política (la lucha en su contra o en su defensa) enfrenta al gobierno y a la oposición sustancial (el fujimorismo y el aprismo), quien –oh, casualidad– es reticente a la convocatoria. Este debate no es ideológico –difícilmente puede serlo–, ya que tiende a la denuncia con nombre propio. Pero igual pone en grave riesgo la estabilidad de un régimen. El “que se vayan todos” tiene múltiples causas, como lo muestra el México de Peña Nieto.

Para quienes venimos señalando que hemos tocado fondo y que se requiere un “shock institucional”, la negación del caos resulta complaciente con el oficialismo. Paradójicamente, justificará la mediocridad de unos dialogantes insulsos y de unos “acuerdos” para el olvido.


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