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Opinión

Carlos Meléndez,Persiana Americana
En una entrevista que Marisol Grau hizo a Enrique Bernales para el último Somos, el constitucionalista analiza la distancia que han tomado los intelectuales de la política. “Frente a tanto advenedizo… que no les interesa sino saquear los fondos públicos, el intelectual se replegó”, indica. A diferencia de lo que sucedía en el siglo XX, donde Porras Barrenechea o Basadre tenían al Senado como su hábitat natural, ahora los “pensadores son convocados por las empresas y la prensa”.

El académico tiene un serio problema de desprestigio en el país. Primero, hay una pobre valoración de su trabajo. Algún sabelotodo dijo en su megáfono radial que los intelectuales son unos “parásitos”. La opinología, ese fast food de las ideas, ha devaluado la difusión de argumentos sin mayor sustento que la bravuconada y la popularidad. La razón la tiene quien grita más fuerte o es más retuiteado.

Pero, además, el sistema universitario en crisis ha mermado la legitimidad del intelectual. Por un lado, la baja rigurosidad académica –¿usted se imagina a un gran pensador en una universidad cuyo rector no lee libros?– y, por otro, la politización de las agendas universitarias (¿es posible que a un profesor de la PUCP no le digan caviar o a uno de USMP apristón?). Los claustros universitarios han perdido crédito.

Entonces, efectivamente, el sector privado (la consultoría y la columna) se impone como alternativa por default, con sus pros (recursos) y contras (producción efímera). La otra vía es el extranjero: solo afuera se halla independencia. Como me dijo alguna vez un intelectual peruano radicado en el exterior: “La sociedad peruana es ingrata con sus pensadores”. Así, la academia también languidece mientras usted celebra su digito del PBI.


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