20.MAY Lunes, 2024
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Opinión

Nos llenamos la boca con aspiraciones de convertirnos en país desarrollado mientras al mismo tiempo descuidamos la minería.

Economista

El Perú es un país pequeño y, por lo tanto, requiere de una intensa relación con el resto del mundo. Haciendo cuentas, los recursos para importar los innumerables productos y servicios requeridos para que funcione la economía —aproximadamente US$50,000 millones— los obtenemos principalmente exportando productos y servicios: unos US$46,000 millones. También salen de la cuenta anual alrededor de US$9,000 millones por los intereses de préstamos externos y las utilidades de las empresas extranjeras. Por último, entran a la cuenta los envíos de compatriotas que trabajan en otras partes del mundo para ayudar a sus familiares en el Perú —unos US$3,000 millones.

Haciendo sumas y restas vemos que el Perú tiene normalmente un faltante al cual en la jerga económica se le denomina déficit de la cuenta corriente (DCC), y es normal que esto suceda en un país como el nuestro, que necesita crecer y progresar rápidamente. Normalmente cubrimos ese faltante recurriendo a préstamos de largo plazo del exterior y fomentando que empresas extranjeras inviertan en el país. También podemos usar recursos acumulados como son las reservas internacionales, pero, claro, debemos tener los soles para cambiarlos por dólares en el Banco Central.

En los últimos años estas cuentas nos han estado mostrando resultados extraordinariamente buenos: el flujo que llegaba del extranjero era en ocasiones más del triple de lo necesario para financiar el DCC, e incluso hemos llegado a ver la cuenta corriente en superávit.

Ahora toda esta beneficiosa situación ha llegado a su fin. Al hacer las cuentas este fin de año, es muy probable que la suma de los capitales de largo plazo más la inversión extranjera directa no cubran el DCC y tengamos que recurrir a otro tipo menos sano de financiamiento de corto plazo o aceptar una disminución de nuestras reservas internacionales.

Nada de esto es todavía alarmante, pero llama la atención que sigamos llenándonos la boca con aspiraciones de convertirnos en país desarrollado mientras al mismo tiempo descuidamos la minería, que ha sido la gran proveedora de los ingresos por exportaciones.

Ignoramos que toda la enorme inversión que se requiere para nuestro progreso, desde la construcción de líneas de metro, caminos, refinerías, irrigaciones, plantas industriales o la más pequeña empresa, no es factible sin una abundante provisión de moneda extranjera. Quizás sean solo los miembros de nuestra izquierda conservadora y enemiga del progreso (distinta a la izquierda moderna) quienes comprendan más claramente este hecho. Por ello se oponen tan virulentamente al aprovechamiento de nuestros recursos naturales.


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