Por ahora, Enrique Cornejo y los apristas que ingresaron al concejo limeño (en su mayoría jóvenes) son quienes se encuentran en mejores condiciones para capitalizar la oposición a Castañeda. Desde el primer día, el ex candidato municipal salió a ocupar el espacio de fiscalización vacío (con un PPC resolviendo sus problemas internos). Mientras los regidores villaranistas se ocupan de disputas secundarias (la crítica a la presencia del cardenal Cipriani en la juramentación y el affaire del puño alzado), Cornejo apela a una crítica mediática con miras al 2018. La primera pregunta que asoma es si existe un vínculo orgánico y comunicativo entre el protagonismo que inicia Cornejo y el papel de la bancada aprista en el Concejo. Recordemos que el Apra ya compartió la asamblea metropolitana con Solidaridad, con quienes devino en una ‘convivencia’ cómoda para el oficialismo. Dada la animadversión del actual alcalde a la transparencia, resulta vital una oposición más aguda y con liderazgo que solo el Apra puede ensayar. La segunda pregunta refiere al electorado. Cornejo terminó representando al limeño ‘republicano’, más afín a la rendición de cuentas y al respeto institucional. El izquierdista capitalino –progre, posmaterial, hummus de Barranco– se inclinó electoralmente por un aprista de cuño ante la decepción de Villarán. El sorpresivo endoso de votos (800 mil limeños marcaron la estrella) no es definitivo, pero cultivable. De hecho, el desprestigio de la izquierda limeña post-Susana (¿dónde está Marisa Glave?) y la flexibilidad ideológica del aprismo pueden coadyuvar a que Cornejo y el Apra asuman el rol de “nueva izquierda” frente al clientelismo populachero y conservador que nos gobernará los próximos cuatro años.
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