Las marchas contra la ‘ley Pulpín’ permiten cuestionarnos hasta qué punto estamos ante una ola de participación que excede la reivindicación de derechos laborales. Si bien los jóvenes movilizados procuran la defensa del trabajo digno, también existe un activismo articulado en torno a temas netamente capitalinos. Un brevísimo inventario nos sorprende: promoción del uso de bicicletas y ciclovías, empleo de redes virtuales para identificar problemas de la ciudad, movida contra el acoso callejero a las mujeres, etc. Asimismo, el ánimo fiscalizador con las gestiones metropolitanas (que ha heredado Castañeda, a pesar suyo) parece extenderse a los distritos. ¿Estará despegando una ola participativa urbana?
Según el Quinto Informe de Percepción sobre la Calidad de Vida en Lima: Cómo Vamos, la desigualdad urbana ha crecido en la capital. Mientras menor nivel de ingreso, mayor insatisfacción por la administración de la ciudad. El disgusto con los espacios públicos abarca al 21% de los NSE A y B, al 26% del NSE C y al 31% de los NSE D y E. Igualmente, la satisfacción con el sistema de recogida de basura es abruptamente mayor en los NSE A y B (49%) y mucho menor en los NSE D y E (32%). Mientras el 42% de los limeños de NSE A y B están conformes con las áreas verdes de su ciudad, solo el 14% de los de NSE D y E están complacidos.
Nuestra relación con Lima es de-sigual y dependiente del nivel de ingreso. ¿Puede esta segregación clasista coadyuvarnos a una presión social ante la pasividad de las autoridades de turno? La bronca que llevamos muchos limeños con la vida en la ciudad puede tornarse en un elemento base para un reclamo más orgánico y sostenido. Pero necesitamos, además, construir tejido social y renovar liderazgos.
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