03.MAY Viernes, 2024
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Opinión

Hace quince años, Mario Vargas Llosa llegó a Alejandría y se adentró por las callejuelas del otrora barrio griego. Como buen fetichista literario, se empeñó en buscar el número 10 de la antigua calle Lepsius (ahora llamada Charm-el Sheik), que fue el domicilio del poeta Constantino Cavafis (1863-1933). Su entusiasmo por la obra de este extraordinario autor griego se remontaba a varias décadas atrás, cuando leyó las versiones francesas de Marguerite Yourcenar. Desde entonces, no cesó de frecuentar sus versos, devoción que lo ha llevado a pergeñar El alejandrino, un poema a manera de homenaje que acaba de publicar, junto con cinco litografías de Fernando de Szyszlo, en una preciosa edición de Arte Dos Gráfico (Bogotá, 2014). Como se recordará, ambos ya habían perpetrado una aventura similar con el mismo sello bajo el título de Estatua viva (2004).

En lo que va del tercer milenio, Vargas Llosa ha escrito unos siete u ocho poemas (si es que alguno no es apócrifo), lo que no debe sorprendernos si consideramos que su interés por el género data de la época de sus primeras lecturas. Aunque él haya preferido sepultarlo en el olvido, en su adolescencia difundió algún texto lírico a través del diario La Industria de Piura. Asimismo, eligió a Rubén Darío como tema de su tesis de bachiller y, luego, ha escrito sobre algunos poetas. No obstante, ha debido pasar mucho tiempo para que finalmente se animara a divulgar sus ocasionales incursiones en el género. Está claro que, en la mayoría de los casos, se trata de divertimentos. Sin embargo, el hecho de que, al menos en dos oportunidades, sus poemas hayan adquirido la dignidad de la forma de un libro podría sugerir que sus intenciones no eran tan pasajeras.

En realidad, más que un libro, El alejandrino es una obra de arte. Lo corrobora su presentación como una carpeta que reúne en hojas sueltas el poema y las litografías firmados por los autores. En cuanto a Szyszlo, al igual que Vargas Llosa, siempre ha estado ligado al quehacer literario. No solo compartió parte de su vida con la poeta Blanca Varela y tuvo estrecha amistad con Octavio Paz, Emilio Adolfo Westphalen, Javier Sologuren y Jorge Eduardo Eielson, sino que sus dibujos y grabados han realzado varios libros de poesía. Más aún, Rilke, Vallejo y Saint-John Perse han inspirado su trabajo plástico.

Sin duda, El alejandrino es el mejor poema que Vargas Llosa ha escrito hasta la fecha. Gracias a su inagotable pasión, Cavafis vuelve a nosotros y nos toma con su “amada sensación, cuando despierta la memoria del cuerpo y un antiguo deseo atraviesa la sangre”.


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