¿Qué hace que los artistas sean los más longevos entre los mortales? Miguel Ángel y Tiziano continuaron activos hasta muy avanzada edad, en épocas donde las expectativas de vida estaban por debajo de los 40 años. En el siglo XX, los ejemplos se multiplican: nonagenarios como Chagall, Picasso, De Kooning, Leonora Carrington y Dorothea Tanning siguieron practicando su oficio con entusiasmo, como si este pudiera blindarlos ante la muerte.
¿Cuál es la explicación? Quizá el secreto resida en su comportamiento obsesivo, en la actitud casi enfermiza con que pintaron, esculpieron o grabaron. Después de todo, a través del ejercicio de sus facultades, consiguieron crear un mundo paralelo al real, ilusorio tal vez, pero no menos verdadero. Muchos de ellos, en el proceso de su búsqueda artística, llegaron hasta el paroxismo y el delirio, acuciados por una extraña necesidad. ¿Quién sabe? Es posible que la fuerza de la vocación y la entrega desmedida a una sola actividad sean las claves de un inusual aliento vital. La energía física, el contacto con los materiales y la estimulación sensorial definen la labor cotidiana del artista. Y, a la par, hay un esfuerzo del intelecto, una pugna constante entre la intuición y la razón, una voluntad tenaz que lo empuja a cristalizar un sueño y desafiar las limitaciones de la condición humana.
He pensado en todo esto a raíz de la exposición de Carlos Bernasconi, quien, a sus 90 años, presenta sus últimas obras en la galería Dédalo. A una edad en la que sus coetáneos están muertos, impedidos o jubilados, este multifacético artista peruano nos da una lección de vitalidad y ardor creativo. Bernasconi es uno de los sobrevivientes de la notable generación del 50. Resulta difícil encasillarlo en una categoría, pues sus aptitudes y permanente curiosidad lo han llevado a cultivar el dibujo, la pintura, el grabado, la escultura, la cerámica, la orfebrería e, incluso, el troquel. Más aún, su talento se ha extendido a la literatura, ya que también ha escrito dos colecciones de relatos.
Sus trabajos más recientes son 15 piezas hechas a mano con láminas de cobre esmaltado, técnica a la que se recurre poco hoy en día. Su elección dice mucho acerca de las habilidades artesanales de Bernasconi y de su inquietud por probar con distintos medios y soportes, signo inequívoco de su instinto innovador. El maestro conjuga su destreza en el tratamiento del material con una soberbia composición. Así, se vale de pequeñas y frágiles hojas de metal de diversas tonalidades para orquestar un variado universo de formas abstractas, cuyos colores y texturas nos deslumbran de inmediato. Hay algo lúdico en su propuesta que hechiza y emociona, un juego maravilloso que nos recuerda que los grandes artistas nunca pierden su capacidad de asombro –y la de asombrarnos–, ni siquiera cuando la amenaza del tiempo se cierne sobre ellos.
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