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Opinión

Beto Ortiz,Pandemonio

Estos son algunos de los autores que me zamaquearon la existencia. No incluyo en el ránking a Oscar Wilde porque imposible ponerlo en el mismo saco con nadie. Tampoco a escritores peruanos porque, francamente, tanto cabro no cabría. No estoy seguro de que lo que más me hechice de estos grandes hombres sean sus libros. Lo más probable es que sean sus vidas.

REINALDO ARENAS
Con Antes que anochezca me incendió el corazón. “Yo pensaba morirme en el invierno de 1987…”. Así comienza una de las autobiografías más devastadoramente hermosas, desgarradoras, divertidas, tremendas que se hayan escrito. Este monstruo cubano es uno de los santos de mi altar personal. Lo perseguían, lo torturaban, le destruían sus escritos, pero él siempre los volvía a escribir. Y se las arreglaba para mandarlos al extranjero, donde sus amigos los publicaban. ¿Cómo les explico mi devoción por su imposible estoicismo? Si me dieran a escoger a qué persona de la historia quisiera entrevistar, no dudaría en exigir su resurrección. La primera vez que fui a La Habana en 1995 llevé varias copias de este libro sin saber muy bien para qué ni para quién. Las jóvenes bellezas de El Vedado a quienes las obsequié, las fotocopiaron y las distribuyeron jubilosamente cual propaganda subversiva. Cuando supo que se estaba muriendo, Reinaldo buscó la fotografía de su mejor amigo muerto, Virgilio Piñera –otro gran escritor gay cubano– y le dijo: Óyeme lo que te voy a decir: necesito tres años más de vida para terminar de escribir mi venganza contra el género humano. Y Virgilio se los concedió. En la carta que funge de epílogo, el Rei nos dice: Les dejo pues como legado todo mis terrores. Cuba será libre. Yo ya lo soy. Y diciendo esto, se mató. Canta, Reinaldo, que alguien sepa que estallas.

ANDRÉ GIDE
No escribo para defenderme, puesto que no se me acusa. Escribo antes de que se me acuse. Escribo para que se me acuse.. Moralista y pervertido, rezandero y pecador, monsieur Gide nunca tuvo que trabajar para vivir, pero pasó toda su vida trabajando. O más exactamente, escribiéndolo todo: poesía, libros de viajes, novelas, ensayos, obras de teatro, musicales y guiones de cine. Quizás el amor se ha prostituido al pasar por el corazón de tanto imbécil –decía. Se casó con su prima Madeleine, tuvo un hijo con la hija de su mejor amiga y, en su búsqueda incansable de aventuras con muchachos, recorrió Marruecos, Argelia, El Congo y medio África. Un artista no debe contar su vida tal como la ha vivido, sino vivirla tal como la contará. Ganó el Nobel en 1947 y la Iglesia Católica puso el íntegro de su obra en el Index librorum prohibitorum en 1952. Su Corydon –traducido por el amigo Roncagliolo– me atrajo más por morbo que por otra cosa y confieso que Los monederos falsos hasta me aburrió un poquito, pero su Diario me parece la opus magna y lo releo con la fruición con que una beata machaca el evangelio. Señor: concédeme no desear más que una cosa y desearla sin cesar.

PEDRO LEMEBEL
Solamente porque lo habíamos leído alucinados con su Tengo miedo, torero, lo queríamos. Sentíamos que lo queríamos aunque no lo hubiéramos visto nunca en la vida. Y solamente porque lo habíamos leído nos trepamos a un avión y nos fuimos a buscarlo hasta el putísimo Gaytown de Santiago donde mora, como fans enamoradas. Lo esperamos en una esquina como fletes viejos y apenas lo vimos llegar, oscilando entre señora con pañuelo y encuerado metalero, lo abrazamos sin roche, creyéndonos con derecho, solamente porque lo habíamos leído. Aquella nochecita chilena de cháchara, piscola y valsecitos de Manuel Donayre –el diamante negro de la canción– nos rindió tremenda monada de reportaje. Y la complicidad suficiente para tratarnos de primas. Y cuando le tocó venir a la Feria de Lima, le conseguimos su respectiva batería seria, lo rescatamos de un aburrido chifa de escritores importantes y nos lo llevamos en peso, canjeándole las mesas redondas del auditorio César Vallejo de la FIL por las legendarias mesas del bar La Jarrita, allí donde los chicos de la milicia aventuran su tedioso deambular en la mirada seductora de algún marica que delicadamente les sigue los pasos, que los mira a la pasada con un parpadeo de amapolas calientes, contagiándoles un misterioso acuerdo poético carnal. ¿Qué será de la vida de nuestra entrañable, desbocada, indomable yegua del apocalipsis? La explosión de las carcajadas es rutina cuando uno camina por la orilla de la noche escuchándote despotricar del piojento universo, Lemebel.

JEAN GENET
Querelle era el nombre de un prohibido bar gay limeño de los 80. Lo habían tomado del título de una mítica película de Fassbinder –con arriola afiche de Andy Warhol– en la que el apolíneo marinerito Brad Davis perdía dolorosamente delante de todos los parroquianos. “Película basada en el libro Querelle de Brest de Jean Genet” –leí en los créditos antes de salir despavorido del cine club de la cooperativa Santa Elisa del jirón Caylloma. Esa fue la primera vez que oí hablar de él. Y desde entonces, me puse a buscarlo en bibliotecas y librerías de segunda. Empecé a desarrollar una pequeña obsesión por este réprobo para el que la brutalidad, el crimen, la prostitución y todas las esplendorosas oscuridades que constituían la esencia de su vida eran un pretexto para alcanzar la obra de arte: el Diario del Ladrón. La sofisticada crudeza con que escribía este prófugo del mundo me resultaba encantadora: La soledad no se me regala, me la gano. Quizá es esa soledad moral a la que aspiro la que me hacer admirar a los traidores. La que me hace amarlos. Genet me sedujo con su poderosa mezcla de dulzura enamorada con pura y viril maldad. Los muchachos de quienes hablo, se evaporan. Solo queda de ellos lo que queda de mí: solo existo a través de ellos que no existen en absoluto. Su vida se volvía magnífica porque tenía a su lado al legendario Stilitano, un delincuente cuya belleza era tan conmovedora que calificaba como lujo. Jean Genet se jactaba de que su ternura engalanaba a los más apuestos criminales. Él y yo no podríamos estar más de acuerdo: la soledad no se regala. Hay que haber trabajado mucho para concebirla. Respladeciente, esférica, perfecta.


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