Comunicador
Mucho de la reforma política que requiere el país pasa por modernizar los partidos políticos. Son estas organizaciones las que aportan miembros que con frecuencia ocupan puestos públicos con millonarios presupuestos. Deberían, por lo tanto, rediseñarse con criterios innovadores, utilizando las tecnologías más avanzadas y la comunicación vía Internet.
La campaña de Barack Obama del 2008 –definida por muchos como la más perfecta en la historia– trajo una nueva forma de alcanzar votantes, levantar fondos, organizar activistas, manejar medios, influir en la opinión pública, debatir y medir los resultados, pero puso otros temas mucho más desafiantes en agenda. La irrupción de la política 2.0, las redes sociales y las aplicaciones celulares (apps) no solo abren una completa nueva era porque permiten conectar, en segundos y sin intermediarios, a los ciudadanos con sus líderes políticos, sino que demandan por lo menos dos visiones complementarias.
Por un lado, la tecnológica, donde destacan la georreferenciación, la inteligencia electoral digital, la gestión de fondos, militantes y simpatizantes. Y por otro, una nueva visión política, más dispuesta a someter las decisiones a la militancia y a la dinámica de la ciberpolítica, donde la velocidad y la oportunidad son los nuevos paradigmas.
Hay interesantes referentes mundiales como el Partido Pirata, que promueve el uso de la denominada democracia líquida (http://liquidfeedback.org) –referéndums virtuales para temas específicos– o el Partido X, que busca la participación directa de los ciudadanos en la elaboración de leyes (http://partidox.org). Pero hay que cuidar las utopías digitalistas que abusen del voto digital y desprecien la búsqueda esencial del consenso. Ni tanto que queme, ni tan poco que no alumbre.
Los partidos políticos, si quieren modernizarse, deberán ser verdaderamente abiertos a los ciudadanos, flexibles en su estructura, transparentes en sus cúpulas y descentralizados en la toma de decisiones. Y así como se ingresa hoy, debería poder salirse mañana sin el escarnio público. La brecha digital de nuestros partidos políticos es también mental. Prácticamente ninguno –de los 20 habilitados para las próximas elecciones generales– reconoce su realidad ni se aventura al cambio. Pero en el mundo de las redes sociales los cambios no vienen de arriba sino de abajo. Habrá que derrumbar las viejas estructuras para que emerjan nuevas, sanas y modernas. ¡Que así sea!
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