Querido Oswaldo: Ahora que te has muerto, todos son tus mejores amigos. Te cagarías de la risa si lo vieras. Ahora resulta que todos te querían entrañablemente, viejo. Qué engañados hemos vivido. Ahora resulta que todos te idolatraban en secreto y no lo sabías. ¿Me creerías que “El Comercio” te dedicó tres páginas? ¡Tres páginas, chochera! ¡Se salió el mar! ¿De cuándo acá? Mira, ah: Te dedicaron, íntegra, la portada de Luces y dos páginas completas en las que lo más graneado del establishment literario limeño lloraba, compungido, tu súbita partida. ¡Carajo! ¿Cómo será el día en que se muera Roncagliolo? ¡Le dedicarán, como mínimo, una colección de fascículos coleccionables! ¡Un póster a todo color! ¡Un álbum de figuritas! Y, por si todo eso fuera poco –no te la pierdas–, te cuento que también te dedicaron la infografía del día en la página dos con un didáctico y detallado recuento de toda tu obra narrativa. Tan, pero tan detallado que hasta te atribuyeron la autoría de una improbable novela de amor intitulada “Contigo por el camino, pero sin ti” y que tú, por supuesto, jamás escribiste porque no se te ocurriría elegir un título tan cursi y tan pelotudo. ¿Puedes creerlo? Fue el crítico Yrigoyen el primerito en darse cuenta. ¡Patinaron en página dos y con cuadro sinóptico! Te cagarías de la risa si lo vieras. ¡No podrías creer la lluvia de homenajes, de misas de cuerpo presente que te han oficiado! ¡Si hasta las revistas del jet-set te han reservado espacio en sus páginas de couché! ¿Te imaginas? La estrellita del sur Alberto Fuguet –que ahora dice que nunca antes dijo que era gay porque nunca se lo preguntaron– publicó en Twitter el selfie que se tomó contigo en el Hay Festival characato, recordándonos que eras el pionero de la literatura queer latinoamericana y que escribiste el lado B de “Los cachorros”. ¿Literatura queer? ¿El lado B de otro escritor? O sea: mejor escúpeme, ahueonao. El celebrado biógrafo de Ribeyro, Daniel Titinger también tuiteó la bonita foto que, de lejitos nomás, te tomó en el avión que los llevaba al megaevento de Arequipa y le añadió un comentario que, se notaba, había sido escrito de a bobo: “Lo tuve cerca todo el viaje y no le hablé. Con los ídolos pasa que me paralizo.” Y nuestro común amigo Hernán Migoya te dedicó –en el Útero– una chévere semblanza a la que, sin embargo, no pudo evitar ponerle un título por el que tú no habrías dudado un instante en romperle una Cuzqueña Trigo en la cabeza: “El maricón marxista que escribió como Dios.” ¡No seas pendejo, Migoya! ¿Qué confianzas son esas? ¿En verdad te parece que Oswaldo se merecía ese epitafio? ¿Maricón marxista en letras de molde? ¡Maricón será tu viejo, gilipollas!
Nada que te sorprenda demasiado, más de lo mismo, la verdad. La prensa y la gentita culturosa de Lima siempre te miró por sobre el hombro, con ese pintoresco airecillo de superioridad moral. Siempre lo supiste. Cuando publicaste “Los eunucos inmortales”, tu novela china, en “La República” se tomaron la chamba de buscarte una foto en la que lucieras, precisamente, chino de risa y titularon “China hereje”, haciéndose los payasos. Cuando el año pasado te llevaron –como símbolo de la diversidad y la apertura democrática– a la Feria del Libro de Bogotá –en la que el Perú era el país invitado– te llegó al pincho tener que resignarte a que te pusieran siempre por delante a los mismos cuatro engreídos de la argolla en las pocas mesas en las que tú participabas, motivo por el cual preferiste largarte de safari nocturno por las cantinas, por los desenguayabaderos, por los barrios peligrosos en busca de lo inencontrable. Lamento comunicarte que no vi muchos chicos guapos en tu velorio. Salvo el loco Rilo que está en buena forma otra vez y que tuvo la tremenda concha de ir en pantalones cortos, no vi ningún ejemplar digno de resaltarse. Pobre Rilo, puta madre, daba vueltas de acá para allá como perro sin dueño, estaba más triste que todos nosotros juntos. Más triste que los yaravíes que cantaba un conjunto vernacular mientras los clásicos poetastros cochinitos y desmelenados (que siempre van a todas las presentaciones de libros para chupar gratis) aprovechaban para dejarse llevar por los verdaderos ríos de pisco que corrieron en tu honor. Aunque yo creo que en vez de las zampoñas y los charanguitos debimos habernos conseguido una buena rockola, que mejor hubiera sido pasarnos la noche escuchando Maringá, Maringá. ¿Te acuerdas de la vez en que una directora beata y loca prohibió a los alumnos del Colegio “Dalton” de Lince que leyeran nuestros libros? ¿Te acuerdas que fuimos –con Salinas, Rodríguez y Arévalo– hasta la puerta del mencionado plantel, empujando un cochecito de supermercado, para regalar los títulos prohibidos como unos auténticos terroristas de la lectura? ¿Y que la directora mandó poner candados a las puertas para que no entremos y prefirió secuestrar al alumnado hasta las tres de la tarde antes que permitir que nos leyeran? ¿Y cuando presentamos el libro aquel de “La santa cede” en el legendario burdel de Tres Cabezas de Chimbote? ¿Y cuando hubo que mandarle la moto a mi pata Alvarito Lasso de Estruendomudo para que te planchara la antigua arrugaza que te tenía tras licitar con el Ministerio de Educación la edición de “Los Inocentes”? ¿Oe’ qué? ¿Qué cosa? Seremos muy amigos, causa, pero eso sí: yo no sé cómo haces para pagarle al tío Oswaldo pero le pagas en one o te armamos una chilla tan terrible que el Loco Vargas después de Tilsa va a ser un chancay de a veinte a tu costado, ya tú sabes. Oye, Oz, escúchame: el jueves que viene voy a regresar por fin donde los vándalos, al taller carcelario de Ancón al que tanto te vacilaba acompañarme. Todavía no le he dicho nada a la batería. No les he dicho que te has muerto porque van a pensar que los estoy jodiendo. He pensado que, mejor, voy a ir a Gamarra a mandar hacer unos polos con tu cara y con esa frase tuya que dice: La vida sin libertad no solo es fea, sino sucia. Y les voy a decir que el tío les manda decir que nada de llantos ni de cojudeces. Que el que vive en el alma de la muchachada vive para siempre. Te lo prometo, causita, galladita, carretita. Te prometo que así se los voy a decir.
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