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Opinión

“Lo dejaron en mangas de camisa para que siguiera pareciendo eso que era: un preso. Total: un cholo con terno –para ellos– no era un abogado, era un preso con terno”.

Liberen a Roger Aparicio. Liberen a Roger Aparicio. Vamos a repetirlo hasta que sea cierto. Liberen a Roger Aparicio.

No me ha autorizado a contarlo pero igual lo voy a contar. Dos meses atrás, cuando el excelentísimo Poder Judicial nos citó a la primera de esta interminable y ridícula seguidilla de audiencias postergadas, el abogado Luciano López me entregó un terno, una camisa, una corbata y un par de mocasines y me encargó que se los llevara a Roger Aparicio, su defendido, para nosotros: “el Huayco Aparicio”, nuestro Hurricane Carter peruano. La idea, por supuesto, era que luciera un atuendo correcto, a la altura del sólido alegato que llevaba tantos meses ensayando frente el espejo. Pero había un detalle que Luciano ignoraba: se supone que está prohibido que los presos tengan terno. La razón es simple: vistiendo de impecable traje, los presos podrían burlar a sus celadores y fugarse, disfrazados de abogados. Digo que “se supone que está prohibido” porque ya se sabe que en las cárceles peruanas nada está prohibido y, si tienes las fichas suficientes, puedes hacer pasar un tanque ruso antiaéreo por el detector de metales sin problema alguno. Pero eso ya es noticia vieja. El terno llegó a su destino, por supuesto, aunque llegado el día de la audiencia, los técnicos del INPE le requisaron el saco y la corbata. Lo dejaron en mangas de camisa para que siguiera pareciendo eso que era: un preso. Total: un cholo con terno –para ellos– no era un abogado, era un preso con terno. Después, estúpidas circunstancias a las que llamaremos “de fuerza mayor” le impidieron decir ni palabra en su defensa. Se lo impidieron una vez, dos veces, tres veces.

Desde julio hasta la fecha lo habían pospuesto tres veces, pero esa historia ya la he contado. El viernes último era el gran día. El juicio final. Pero, ¿adivinan qué pasó? Lo dejaron esperando una vez más. Por cuarta vez, no lo dejaron hablar porque la prisión de Ancón 2 –que tiene más de 2 mil internos– no tiene instalaciones para teleconferencia. O sea: no tiene una pinche computadora con webcam. Una webcam cuesta 20 soles y una cabina de Internet de Wilson tiene cincuenta de esas, pero el Establecimiento Penal Modelo de Ancón 2 no tiene ninguna. Dicen que fue porque la custodia policial no se presentó y que, por eso, a Roger nunca lo trasladaron a la cárcel de Ancón 1, más conocida como Piedras Gordas, que es un penal que queda a solo una cuadra del suyo y que –quizás porque hospeda a algunos de los villanos más célebres del Perú– sí cuenta con la puta computadora con webcam. La audiencia estaba pactada para las ocho de la mañana pero Roger estuvo listo desde las cinco y media. Me consta porque a esa hora me llamó desde el teléfono público para despertarme. Le había prometido que iría a acompañarlo y quería asegurarse de que yo no fuera a llegar tarde. También me pidió que, de camino, le comprara un desayuno que extrañaba: su quinua con manzana en bolsa, su pan con torreja y su pan con tamal. A las siete en punto de la mañana del viernes estuvimos ahí, perfectamente mentalizados para ser testigos de un nuevo y rutilante festival del absurdo. Y así fue. Nos dieron las ocho, nos dieron las nueve y las diez, también. Nunca pasó nada. Ya ustedes saben: lo dejaron plantado una vez más. Parece que a los apeligrados agentes del GOES, Grupo de Operaciones Especiales del INPE –que nada tiene que ver con la Policía Nacional– nadie les avisó nada, ni qué diligencia tenían, ni a qué hora era, ni nada. Porque cuando se aparecieron, ya la audiencia había terminado. Oh, qué descuido, qué distracción, qué desinteligencia. ¿Quién tendría que dar la orden, no? ¿De quién sería la responsabilidad? Songo le dio a Borondongo. Borondongo le dio a Bernabé.

Nadie atinó a decidir ni a resolver un coño. Y sucedió, como siempre, lo inenarrable. Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó a Burundanga, le hinchan los pies. Por cuarta vez consecutiva, dejaron esperando a una persona inocente que el Estado –digámoslo claro– tiene secuestrada desde hace tres años, le impidieron defenderse a una persona inocente a la que el Estado –literalmente– le ha cagado la vida y que lleva nueve meses esperando a que se decida… ¡un hábeas corpus!, que se supone que es un recurso de urgencia. Se supone. ¿Y qué pasó entonces? La audiencia se realizó y la jueza nunca pudo escuchar a Roger. Lo dejaron esperando hasta las tres de la tarde sin audiencia ni desayuno, ni nada. O lo que es lo mismo: se volvieron a cagar en él. Como siempre.

No me ha autorizado a contarlo pero igual lo voy a contar. La noche antes del juicio, el abogado Luciano López me envió –por email– el texto de un poderoso poema que Nelson Mandela escribió en sus días de cautiverio. “Necesitamos que Roger esté fuerte”, me dijo y estuve de acuerdo. Pero, como se supone que no puedo entrar al penal con celular, transcribí, línea por línea, aquel conjuro en la primera página del libro que, hacía semanas, Roger me había pedido que le llevara: el libro De dónde venimos los cholos de Marco Avilés, un conjunto de espléndidas crónicas que intentan hallar una respuesta a la eterna pregunta nacional que definía tan bien su propia tragedia personal: ¿por qué todos los cholos son delincuentes hasta que no se demuestre lo contrario? Preguntado por la jueza Rosa Eliza Amaya sobre si quería que la audiencia se llevara a cabo sin la participación de su defendido, Luciano contestó que sí, que ya no se podían tolerar más postergaciones: “nadie le va a devolver a Roger toda la vida que ya ha perdido, pero usted tiene la oportunidad de devolverle su vida futura”, le dijo. Oportunidad de oro para que, alguna vez en la vida, el Poder Judicial haga noticia con algo bueno, devolviéndonos la esperanza de que, a pesar de todo, en el Perú todavía es posible la justicia. Como nunca nos encontramos, nunca pude entregarle a Roger su libro ni sus panes, ni su quinua, por eso esperé a que volviera a llamarme y le leí al teléfono la oración del preso de Mandela:

_Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos, la sentencia,
yo soy el amo de mi destino:
yo soy el capitán de mi alma.

Resiste, Roger. Ese Perú –que tanto amas– te sigue masacrando, pero yo sé que no logrará destruirte. Ya llega la libertad. Te vas pa’ la calle porque te vas pa’ la calle. Ese viaje con el que tanto has soñado, sucederá. Te lo juro por Arguedas. Solo resiste. Los pasajes ya están comprados. Que la majestuosa belleza del Camino Inca sea el modo en que el Perú te pida perdón. Que el azul del cielo del Valle Sagrado le sirva como desagravio a tu cholo corazón.


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