Reconocido unánimemente como un policía ejemplar, el suboficial José Millones será encarcelado por un año –junto a Fujimori– en el Fundo Barbadillo. Una revancha ruin.
“Esto es el Perú, el país donde los ladrones gobiernan y los policías van presos”. Escribí esa obvia reflexión en Twitter casi por impulso, como quien desfoga un poquito la bronca de contemplar cómo todo se va al carajo una vez más mientras tú no tienes más alternativa que escribir en Twitter. El motivo de la cólera que me amarga: la sentencia a un año de prisión por “desobediencia en agravio del Estado” que le ha sido impuesta por la Sala Suprema Revisora del Tribunal Supremo de Justicia Militar Policial al suboficial José Miguel Millones Velásquez, uno de los pocos buenos ejemplos de valentía y amor por el Perú que hemos visto en los últimos años. Por si alguien no lo recuerda, Millones es un sobreviviente de la desastrosa “Operación Libertad” contra Sendero Luminoso, una operación tan mal planificada que les costó la vida a los jóvenes policías César Vilca, Lander Tamani, Nancy Flores, entre otros, en la ya olvidada localidad de Kiteni, entonces controlada por los terroristas al mando de los Quispe Palomino en el Vraem. En mayo de 2012, herido de un balazo en la cara por los senderistas y abandonado a su suerte sin la adecuada atención médica, el suboficial Millones dejó la cama en que languidecía en el Hospital de Policía esperando en vano que lo atendieran y vino hasta los estudios del noticiero que yo dirigía para exigir que curaran sus heridas, para contarle al país cómo el comando de la Policía Nacional –en la patética gestión del también patético general Raúl Salazar– había enviado a los efectivos de la Dinoes a una muerte segura, ridículamente equipados con guantes de construcción y sogas de embalaje, engañándolos con el cuento de que los llevaban a un curso de entrenamiento.
Todos recordamos la desgarradora imagen de don Dionisio Vilca, un humilde albañil, encontrando, en la espesura de la selva, los restos destrozados de su hijo César Vilca y recogiéndolos con sus manos, así como recordamos la ira contenida en el rostro famélico del suboficial Luis Astuquillca que estuvo perdido en la selva diecisiete días a su suerte antes de lograr salvar su vida sin ayuda y hacerse merecedor a una agregaduría en el extranjero que, por supuesto, jamás le concedieron. No hemos olvidado tampoco al olvidable ministro del Interior de entonces, Wilfredo Pedraza –hoy reducido al secundario rol de abogado de Nadine–, traducir al presidente Humala aclarando que, cuando llamaba héroes a los caídos, solo estaba haciendo uso de una “expresión coloquial” porque eso no significaba, en absoluto, que los fueran a declarar héroes algún día.
¿Algún jefe policial fue llevado al Tribunal Militar Policial para ser procesado y sentenciado por haber enviado al matadero, de manera tan vil, a aquellos valerosos policías? ¿Alguien asumió la responsabilidad de estas crueles muertes ocasionadas por la negligencia criminal con que se ejecutó la mal llamada “Operación Libertad”? Por supuesto que no. Gabinetes enteros han caído en el pasado por un solo muerto, pero aquí fueron muchos los que murieron, ¿Y los jefes que los enviaron? Bien, gracias. Sus muertes quedaron impunes y su sacrificio por el país, a merced del olvido. Sus ojos se cerraron y el país siguió andando. Ah, pero pobre del policía que habló con la prensa.
Pobre del que se negó a apañar con su silencio la carnicería, a ese sí que hay que castigarlo, encarcelarlo, aplastarlo. Y ese es el suboficial Millones al que –el jueves pasado– los muy severos vocales supremos militares Ramos Esparza, Temple de la Piedra y Rojas Agüero han sentenciado a un año de prisión efectiva en el Centro de Inculpados de la PNP (CEINPOL) Fundo Barbadillo –el mismo lugar de detención en que Alberto Fujimori purga su condena– por haber ocasionado un “daño moral” (¿?), mellado la imagen y resquebrajado la disciplina institucional de la Policía Nacional. Han pasado ya cinco años desde que aquellos infaustos hechos de sangre acaecieron. A Millones ya le falta muy poco para terminar su carrera de Derecho en la Universidad San Ignacio de Loyola que –como parte del Programa “Adopta un Héroe”– le concedió una beca completa a modo de retribución para un joven que no había titubeado en arriesgar su vida a la hora de pelear por el Perú.
Quienes lo conocemos sabemos que, además de buen estudiante, es un policía intachable y, además, padre de una niña de apenas un año. ¿Hay derecho de desgraciarle la vida así a un peruano de bien, metiéndolo preso por decir la verdad? ¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¿La gente decente a la cana y los corruptos paseando libremente por el mundo en Business Class? Estamos ante una equivocación trágica y descomunal. Parece que alguien hubiera escuchado mal. El que tiene que ocupar la celda vacía de la DIROES es el prófugo Alejandro Toledo Manrique, el de la coima de los 20 millones y no un policía honesto apellidado Millones. Un insondable abismo los separa. ¿No va siendo hora de que los peruanos aprendamos a diferenciar al policía honrado del presidente ladrón?
Dieciséis años después de la hecatombe de los vladivideos, ahora que asistimos a una nueva megapudrición, con el amargo agravante de que los héroes imaginarios del 2000 se han convertido en los misérrimos villanos de la porquería presente, habría que tener muchísimo cuidado en no terminar por enmierdarlo todo. Habría que hacer un esfuerzo consciente por no cagarse encima de los poquísimos buenos ejemplos que nos quedan. Y no tengo ninguna duda de que el suboficial PNP José Millones Velásquez es uno de ellos.
Nadie merece más todo nuestro respeto y gratitud que los policías y soldados que dejan sus hogares humildes, que se separan de sus familias y postergan sus propios sueños para ir a poner el pecho por todos nosotros frente a las balas de los infames matarifes de Sendero Luminoso. ¿Ya no nos acordamos de lo que hizo el terrorismo con este país? ¿Qué carajo les pasa a estos necios jueces militares? ¿Es así como el Estado Peruano pretende inculcar en los jóvenes la vocación policial y militar? ¿Premiando una acción patriótica con cárcel? ¿Condenando a las personas a las que debería condecorar e indemnizando a los asesinos? ¿Aplastando a sus héroes y santificando a los traidores? ¿Hasta cuándo este mundo al revés? ¿Hasta cuándo pelear por el Perú va a seguir siendo un crimen abyecto? ¿Hasta cuándo este maldito Síndrome Chavín de Huántar? ¿Hasta cuándo?
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