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Opinión

Un oyente de la radio me dijo que, si no me gustaban las corridas de toros, era por incapacidad.

Un oyente de la radio me dijo que, si no me gustaban las corridas de toros, era por incapacidad. ¿Incapacidad para qué? ¿Para entender la soberbia del ser humano? Solo la estupidez y la soberbia pueden explicar que una persona se sienta superior a un animal, y que, por esa superioridad, decida divertirse torturándolo y, encima, se sienta ‘culto’ por hacerlo. El ser humano no es mejor que un toro. El señorón que se taponea las arterias con cebo de paella y se intoxica con vino hasta el ridículo no es mejor que un toro. La señorona que se siente mejor rellenándose la cara con bótox para lucir regia en sociales no es mejor que un toro. El hombre que hace jugar a su hijo chiquito con animalitos de plástico y lo lleva a la plaza de toros a ver cómo le clavan espadas a un animal mientras este sangra por la boca no es mejor que un toro. El cura que se llena la boca diciendo que todos somos obra de Dios y que permite que su Dios proteja la tortura no es mejor que un toro. La única especie que destruye su hábitat es la humana. La única especie cuyos individuos se aniquilan entre sí mismos por plata es la humana. No es un cogotero más hábil que un chimpancé. Ningún político tiene la nobleza de un perro chusco. No hay humano más perfecto que un cóndor ni más bello que un tigre de bengala. No es Antonio Pavón más digno que un becerro. No somos mejores que un toro.


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