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Opinión

Así como hay estación para las lluvias y estación para las heladas, también la hay para los incendios forestales. Este 2016 la magnitud de los incendios es sencillamente espeluznante.

El avance de la temporada seca –de un año particularmente carente de lluvias– ha producido que pastos y bosques estén especialmente vulnerables a la desmedida quema de ellos que se suele hacer con fines agrícolas en sierra y selva.

Un poco de viento y la quema de una parcela se convierte en un incendio forestal. Cualquier viajero a la selva se encuentra hoy con cielos brumosos llenos de humo que cubren la mayor parte de la Amazonía y los valles de ceja de montaña adyacentes a ella.

Hoy tenemos decenas de miles de hectáreas quemándose entre Loreto y Cajamarca por el norte, y Madre de Dios y Puno por el sur.

Inclusive las más recientes imágenes de satélite –también para estos casos Perú SAT-1 será útil– muestran un escenario verdaderamente impresionante.

Al igual que hemos avanzado en prevención sísmica de modo muy importante, debemos hacer el mayor esfuerzo por educar en la importancia de no quemar nuestro bosque tropical. No solo por razones lógicas de conservación, sino además porque el humo suspendido en la atmósfera dificulta el desarrollo de lluvias.


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