Alguien tiene que encargarse de informar cómo andan las cosas allá en la alta atmósfera sobre la Antártida, donde cada año, en esta época, se forma el agujero de ozono.
Sí señor, solo en esta época y solo sobre la Antártida. En ninguna otra parte ni en ninguna otra época nuestro planeta padece esta condición. Es, pues, un tema estacional.
Contrariamente a lo que muchos suponen, nos está yendo mejor en materia de ozono. El agujero que empezó a formarse con la llegada de cada primavera a fines de los 70 y que ocupaba apenas 1 millón de kilómetros cuadrados (el área aproximada del Perú), pasó a medir más de 20 millones a fines de los 80 y casi 30 en el 2000.
Desde entonces venimos viendo –con altas y bajas– que paulatinamente va ocupando menores áreas y, además, la capa de ozono (que apenas mide 3 o 4 milímetros de espesor) no llega a adelgazarse tanto como a fines del siglo pasado.
Al día 27 de setiembre, en la semana que suele alcanzar su mayor amplitud anual, el agujero de ozono 2016 alcanzó un máximo de “solo” 23 millones de kilómetros cuadrados.
Gracias al Protocolo de Montreal de 1987, que limitó la emisión de sustancias que destruyen el ozono, la especie humana, 30 años después, empieza a ver los resultados. Esperamos no ver más agujeros a finales del siglo XXI.
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