22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

No sé ustedes, pero yo prefiero computar gente en persona que por computadora.

Beto Ortiz,Pandemonio
bortiz@peru21.com

Prefiero ponerme nervioso, tomarme el trabajo de pensar con qué frase divertida rompo el hielo, armarme de valor hasta pararme e ir por fin a meterte letra que escribirte en el Twi-tter un desgarrador y antológico OLA K ASE

Prefiero jugar a sostenerte la mirada en un lugar público que tener que marketearme con un perfil mentiroso y un primer plano (de mi ojo) para someterme a la subasta pública del whatsapp, del linkedin o del grindr, que te apuesto a que no sabes qué es ni quieres saber.

Prefiero el sexo real que el cibernético, lo siento mucho, me van a tener ustedes que disculpar.

Prefiero conocer a la gente face-to-face que por el facebook. Prefiero tener 3 amigos que 46,788.

Prefiero una opinión que un like. Prefiero pelearme contigo que bloquearte. Prefiero que no me etiquetes. Prefiero mandarte directamente a la mierda que declararte spam. Ay, fo: spam.

Prefiero mil veces las cartas a los e-mails. Las cartas que ya no existen, que se extinguieron, conchesumadre. Las cartas que uno atesora por décadas como joyas. Las cartas con eventuales manchones de tinta generados por el estallido de una lágrima. Las cartas en cuya caligrafía está intacto todo el pulso, toda la vibración, toda la esencia, toda la pasión de la persona que alguna vez amamos o que amamos todavía.

Prefiero conversar que chatear. Conversar es un arte. Chatear es el más inútil derramamiento de tiempo y el máximo esplendor de la imbecilidad: OLA K ASE ASIENDO ORA O K ASE

Prefiero mis muebles pesados, enormes, tallados y antiguos que las tablitas plegables, minimalistas y cómo-acomoda-comodoy de la afamada marca Ikea.

Prefiero ducharme, afeitarme, alistarme, salir e ir de compras que quedarme en pijama haciendo shopping jeropa con el dedito epiléptico sobre el mouse, reventando la pobre tarjeta en amazon.com

Prefiero ducharme, afeitarme, alistarme, salir e ir al cine que quedarme en pijama pirateando las películas de Internet que veré encogido frente a la pantallita de mi laptop atracándome de grasiento pop-corn radiactivo.

Prefiero los libros, siempre. Fracasarán todos los que intenten venderme kindles y nooks que contienen toda la biblioteca de Alejandría en un compacto y aerodinámico aparatejo de bolsillo. En eso sí me niego a progresar. Prefiero las habitaciones con estantes llenos de pared a pared. Prefiero el perfume de las librerías. Quiero regresar –por ello– de viaje siempre con exceso de equipaje. Mudarme cargando cajas de cajas, camiones enteros llenos de libros de verdad.

Prefiero escribir a mano con tinta líquida azul y, si no es mucho pedir, sobre un block de papel amarillo tamaño A-4.

Prefiero el papel. Mentira, no lo prefiero, lo amo. Amo el olor del papel, el tacto del papel. El nuevecito, el amarillento, el que, si te descuidas, se comen esos cultos bichos a los que llaman pescaditos.

Prefiero seguir haciendo periodismo asfixiándome de moho y ácaros entre los periódicos apolillados de un archivo que consultárselo absolutamente todo a San Google y confiar ciegamente en La Rica Wiki de los holgazanes.

Prefiero las fotos viejas. Prefiero elegir mi rollo de película según el ASA, fotografiar midiendo la velocidad de obturación y la apertura del diafragma, tener cuidado de rebobinarlo por completo antes de abrir la cámara, revelarlo en el misterio sin par del cuarto oscuro, dejar secar los negativos, ponerlos en la ampliadora y ver la imagen que, como por arte de magia, va apareciendo en el papel sumergido en la prodigiosa bandeja del alquimista.

Prefiero a los reporteros gráficos que con un único rollo de 36 tomas eran capaces de traerte la foto de portada que a los calichines digitales que salen a la calle a disparar histéricas ráfagas de 400 fotos de las que, probablemente, ninguna sirva para nada.

Prefiero a la gente que me dice las cosas en la cara que a los frustraditos anónimos que se agazapan en el anonimato gallina de Internet.

Prefiero que no todo el mundo tenga una cámara y un teclado a la mano por la misma razón por la que prefiero que no todo el mundo tenga armas de fuego si no ha sido mínimamente entrenado o carece del mínimo de inteligencia para usarlas bien.

Prefiero que la máquina con la que escribo no me distraiga con su infinito menú de tentaciones. Prefiero que tampoco me corrija: “Parece que está escribiendo una carta…” A tí qué chú.

Prefiero los días en que usaba mi propia memoria y recordaba los números de teléfono de todos mis amigos a los días actuales en que es mi teléfono el que usa su memoria porque me tiene que hacer acordar de todos los números, (¡hasta del mío!) y, también, de los cumpleaños de mis mejores amigos.

Prefiero 12, 24 o 36 fotos que irán a mi álbum y no 74’864,547 fotos sepultadas inútilmente en un archivo de i-photo que nadie nunca mirará.

Prefiero correr a Héctor Roca a comprarme el último disco de Los Bee Gees que bajármelo. Todo está en Internet. Seguro que si buscas a Dios, también puedes bajártelo.

Prefiero grabarle un cassette con mis canciones favoritas de la radio a una amiga, dibujarle la portada con plumones y escribirle los títulos de las Más Más del lado A con rojo y las del lado B con azul, hits estos que tendrá que buscar a ciegas, al tacto, presionando en su walkman los botones de ffwd y rew, p’alante y p’atrás, p’alante y p’atrás…

Prefiero, en realidad, que los teléfonos me sirvan para hablar y las cámaras para tomar fotos. Nunca le he pedido a la refri que me afeite ni a la licuadora que me lave la ropa interior.

Prefiero sentarme en un bar a charlar con una persona que me mira a los ojos y no sentarme a charlar con mi blackberry frente a una persona que charla con su i-phone.

Prefiero que la gente me hable con su lengua y no con su dedito.

Prefiero a la gente que no contesta el celular en la mesa y, cuando alguien le pone el altavoz a su teléfono para que todo el restaurante escuche su estúpida conversación, preferiría tener a la mano una pistola nueve milímetros parabellum con mira láser y silenciador.

Prefiero las cosas sin menúes infinitos de opciones.

Prefiero que las cosas me sirvan para una sola cosa.

Prefiero que no todo en la vida sea inmediato.

Prefiero regresar de viaje y dejar los rollos en la tienda de revelado y sentarme a esperar un par de días con la ilusión inmensa de ver cómo habrán salido las fotos.

Tienes que aprender a esperar las cosas verdaderamente buenas de la vida.

Tienes que aprender a amar lo más difícil.

Enviado desde mi i-pad 4


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