Carlos Meléndez,Persiana Americana
La izquierda que se dice institucionalista no ha sido capaz de construir algo siquiera semejante a un partido. Quien se autodefine como portadora de los intereses de las mayorías oprimidas, es rechazada abrumadoramente por los sectores populares. Villarán, quien pide una tercera oportunidad para seguir gobernando Lima, ha convertido a la capital en su peor versión: insegura, caótica y ajena.
La ineficiencia en la gestión edilicia de Lima explica por qué Fuerza Social es un casco vacío y por qué, mientras usted lee esta columna, la alcaldesa continúa negociando con oportunistas políticos. Su esperanza es que, a horas del cierre de las inscripciones, alguna alma caritativa le ceda su símbolo en la cédula. Ello evidencia la improvisación organizativa y la artificialidad del proyecto reeleccionista.
Que Villarán haya bajado al mercado infernal de los vientres de alquiler continua desenmascarando la calidad de política que se ufana en practicar. Y lo hace acompañada de sus socios: una vieja guardia de pseudo-intelectuales orgánicos (bibliografía de ONG y “éxitos políticos” tras arrimarse a un outsider militar) y una muchachada cuyo mérito es haber dado el salto de marchas-manos-blancas a una apariencia de ppkausas con sensibilidad social.
El destino reeleccionista de Villarán depende de cómo se resuelvan los líos legales de los creadores de Diálogo Vecinal, una suerte de mercantiles electorales tan parecidos al Marco Tulio Gutiérrez que la izquierda despotricaba durante la campaña de la revocatoria. Así, los comicios de octubre, al menos para Lima, serán un retroceso en materia institucionalidad política. El futuro de las organizaciones no se forja en bases, sino en las mesas de partes de los jurados electorales.
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