Carlos Meléndez,Persiana Americana
El gol de Mario Gotze frente a Argentina no solo es importante porque definió el campeonato mundial, sino también por su significado histórico. Gotze nació en 1992, tras la caída del Muro de Berlín, y acaba de campeonar en el primer mundial que celebra Alemania reunificada (su victoria anterior, en 1990, todavía se alcanzó con la escuadra de Alemania Occidental).
La selección alemana representa un tiempo distinto. La conformación pluriétnica de sus jugadores, en la cual es notable el aporte de la inmigración tercermundista, ha sido asimilada cómodamente, inclusive por su derecha más extrema. Así, los éxitos deportivos aparecen como otra dimensión (no menor) del desarrollo económico y geopolítico de la locomotora de Europa.
Mientras los hinchas de otras selecciones causaron desmanes en las ciudades-sede (eufóricos por haber clasificado o amargados por ser derrotados), los germanos se dieron la chance de ‘expandir’ su estado de bienestar a Sudamérica. La federación alemana de fútbol construyó un complejo deportivo en la costa atlántica brasileña que incluye viviendas, gimnasios, canchas de fútbol y hasta un pequeño aeropuerto. Luego del torneo, Campo Bahía –el nombre de esta ‘videnita’– pasó a propiedad del pequeño pueblo de San Andrés. Por si ello no fuera suficiente, donaron decenas de miles de euros para el beneficio de la localidad y compartieron tiempos libres en actividades comunitarias con los nativos.
Fue Lula quien planteó la organización y la victoria del Mundial como el ingreso de Brasil al Primer Mundo. En sus términos, los hechos del último mes –dentro y fuera de las canchas– solo corroboraron lo lejos que la nación brasileña está de sus objetivos y que solo queda ver al campeón por TV.
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