Roberto Abusada,Uso de la palabra
Economista
A medida que se desarrolla nuestra economía, se hace cada cada vez más patente la necesidad de un Estado que se sustente realmente en el crecimiento. Pocos reparan en que, hasta ahora, la economía ha crecido favorecida por aquello que el Estado dejó de hacer. Dejó de gestionar empresas públicas, dejó de imprimir billetes para financiarse, dejó de cobrar altos aranceles para proteger a la industria, dejó de manejar el comercio exterior de insumos, minerales y productos pesqueros, dejó de otorgar licencias para importar, dejó de decidir sobre el uso de divisas, dejó el negocio bancario de “fomento”, dejó de fijar el tipo de cambio, las tasas de interés y abandonó los controles de precios.
Sin embargo, en su afán intervencionista el Estado descuidó funciones que le son propias —seguridad ciudadana, educación, salud, infraestructura y la mejora del entorno para facilitar los negocios y crear empleo— y se ha prodigado en la invención de trámites, licencias y permisos para frenar el crecimiento. Como nunca antes, el país se encuentra entrampado en una maraña burocrática que se ha convertido en el principal obstáculo para la generación de riqueza. Con el atropellado proceso de descentralización, la cofradía burocrática cuenta ahora con filiales en cada municipio y cada región, propagando así su espíritu innovador en la generación de permisos y obstáculos (legales e ilegales).
Lejos de preocuparse por promover un ambiente cada vez más propicio para la generación de riqueza y empleo, ahora el Estado empieza a acariciar la idea de “planificar” el desarrollo productivo. Se cree, equivocadamente por cierto, que estamos creciendo en base a un “modelo primario-exportador” y que debemos intervenir para “diversificar nuestra estructura productiva” promoviendo un “proceso de industrialización”, decidiendo qué sectores deben crecer y cuáles no.
Antes de lanzarnos a planificar, miremos el desarrollo peruano de la última década. Sorprenderá a muchos comprobar que mientras la minería creció 3.1% por año, la industria no-primaria creció a una tasa de más del doble (6.4%). Si medimos correctamente el peso de la industria, veremos que nunca el Perú tuvo industria más grande, diversificada y competitiva que la actual. Comprobaremos que las actividades no-primarias crecieron en promedio 7.2%, mientras que las actividades primarias sólo crecieron 3.7%.
Al hablar, como parece estar ahora de moda, de políticas de desarrollo sectorial olvidamos que los sectores son sólo el producto de una clasificación arbitraria, que todas las actividades económicas, desde las peluquerías hasta las plantas de licuefacción de gases están relacionadas entre sí, y que la labor del Estado debe ser la de propiciar su productividad, eficiencia y competitividad.
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