Santiago Pedraglio,Opina.21
spedraglio@peru21.com
De paso –o de fondo– se afirma, repitiendo un discurso de hace décadas, que las empresas estatales son un desastre y que no sirven sino como botín. Si bien tales afirmaciones coinciden a menudo con la realidad, llama la atención el convencimiento de que ante esos lastres no hay nada que hacer.
¿El Estado peruano no tiene remedio? ¿La Policía no tiene remedio? ¿La educación pública, la atención de la salud, no tienen remedio? ¿Porque las gestionan peruanos? ¿El peruano es incapaz de gestionar recursos públicos sin caer en la corrupción? Habrá mucho que reformar, pero decir que las empresas públicas han sido corruptas o ineficientes no es argumento válido para que el Perú no se proponga, en ciertos casos –el de Repsol debe estudiarse técnicamente, como todos–, conducir empresas públicas o público-privadas.
Empresas estatales extranjeras de todo el mundo atraviesan etapas de corrupción, las superan y se mantienen en batalla contra esa lacra y contra el uso político. La brasileña Petrobras va bien; y Enap, la estatal chilena de petróleo, es evidencia de cómo un país paradigma del liberalismo puede tener una empresa eficiente, que le rinde frutos al Estado para que mejore sueldos, servicios e infraestructura.
Lo estatal no es de por sí maravilloso, cierto. Pero tampoco lo privado. Recuérdese su responsabilidad en la reciente crisis europea y norteamericana. Véanse los devastadores efectos del manejo privado de recursos ciudadanos, los endeudamientos y la pérdida de empleos. Por último, es el “ineficiente” Estado el que transfiere ingentes recursos para que el sistema no colapse causando más daño aún.
Dicho sea entre paréntesis, uno de los principales accionistas de Repsol son las AFP, otro privado “ejemplar”; ¿será, entonces, tan mal negocio como dicen?
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