25.NOV Lunes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Dos viñetas de la vida cotidiana de Lima dan cuenta de la extensión de la informalidad en la capital.

Carlos Meléndez,Persiana americana
En el exmercado mayorista La Parada, en La Victoria, un anuncio de los comerciantes que permanecen en el interior del local clausurado por las autoridades edilicias llama la atención: “En Defensa del Estado de Derecho”. Se trata de decenas de vendedores de tubérculos y verduras que apelan a intersticios legales para mantener la posesión del lugar e intentar reanudar sus ventas, en medio de las mismas condiciones de insalubridad e inseguridad.

Hasta hace pocos días, en la cuadra 8 de Santa Cruz, en Miraflores, un anuncio de la municipalidad distrital llamaba la atención: “Estos locales no cumplen las normas municipales. No cumplen con licencia de funcionamiento. No cumplen la ley”. Se trata de Gucci, Tag Heuer y Breitling, que apelando a intersticios legales continuaron ofreciendo sus exclusivos productos a su exclusiva clientela miraflorina en establecimientos que, la municipalidad consideraba, no cumplían con los requerimientos exigidos.

Un verdulero mayorista y un relojero elitista comparten una actitud desafiante ante las normas establecidas. Sus orígenes sociales no los distinguen; sus clientes tampoco. La informalidad transita por la ciudad, tanto en clases bajas como altas. El problema radica cuando esta actitud arbitraria se vuelve sentido común.

El discurso celebratorio del emprendedor y del progreso de la clase media se estrella con los casos descritos. Son metáforas que resumen el sino de nuestra sociedad y nos devuelve ante un espejo cruel. El crecimiento económico siguió el atajo de la informalidad, lo cual lo hace más inestable. La informalidad parece haber ganado la batalla de las ideas en este país.


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