Beto Ortiz,Pandemonio
bortiz@peru21.com
2 Yo sabía que, tarde o temprano, ibas a aparecer.
En realidad, eras el único que faltaba. Yo también te estaba extrañando. Bacán que me hayas escrito borracho, de repente eso era lo que te faltaba: más trago. Esta semana me han llegado más cartas que nunca. Me escriben lectores anónimos: mujeres mayores, escolares, patas de barrio que me han leído en pirata, yuppies de pastelería. Me escriben y me abrazan, me bendicen o maldicen, me halagan, me insultan, me calzonean. Mujeres raras que me encuentran atractivo y –por correo– se me mandan. Todo esto es muy extraño. No sé si sentirme menos solo o más acompañado. Sé que por ratos debo dar la impresión de haberme muerto. Pero estoy más vivo que nunca. Y contento. Aunque tiene razón Billy Bob Thornton cuando dice que nunca ha sido feliz sin estar triste.
No creas que no me doy perfecta cuenta de que es sensato tomar distancia conmigo. Probablemente yo haría lo mismo si tuviera una imagen qué cuidar y toda esa nota, pero, a estas alturas, ya me llega infinitamente al pincho. Que piensen lo que quieran, si es que piensan. No me importa que te sobreprotejas, que sientas que es un roche horrible ponerte en público la camiseta fucsia de mi amistad, que te enamores de nuevo y te vuelvas a mandar mudar otros dos o tres años, como siempre. Yo (ya) no te pido nada, además. Aunque pensándolo bien, sí te pido una cosa:
Léeme cuando te escriba.
3 Me ha encantado tu foto. Estás igualita, ¿a qué? A tu hija, claro. O sea, igualita a ti. Debe ser raro eso de tener hijos, ¿no? ¿Cómo es, ah? Digo, ser madre. Madre Coraje. Madre Matilda. Madre Superiora. Madre del cordero. De todos los vicios. De todas las batallas. Explícame cómo es. ¿Te gusta, te cansa, te ilusiona?, ¿te vale madre?
4 Luego de tres meses áridos y ásperos y carentes por completo de, tú me entiendes, calor humano, anoche tuve un romance fugacísimo –pero no por ello menos intenso– con un muchachón bastante guapo, quizá el más guapo que he besado. Lo loco es que yo conocía a este pata solamente por mail. Intercambiamos una correspondencia inusualmente divertida y tierna durante meses y luego de mandarme cartas, poemas y fotos suyas –pese a que se supone que es 100% heterosexual– me vino con la coartada de que se había metido a estudiar una maestría de periodismo y…nada, ayer nos encontramos en un bar y luego de seis horas de charla inolvidable y de verdes ejércitos de Pilsen alineados sobre la barra nos pusimos a agarrar con toda la naturalidad –con toda la concha– con que los chicos gay agarran en las barras gays de cualquier bar gay.
El problema era que ese no era un bar gay.
5 Debo mi sarcasmo a haber sido –que cagada– el gordo de la clase más que a mi efímero paso por la pantalla chica. ¿Sirve para escribir? Si, porque te ayuda a no terminar nunca de creértela completa. Eso es lo malo de casi toda la gente que escribe en Lima: son pomposos, escriben con pluma de ganso, de gansazo. Eligen la parte equivocada del ave: hay que escribir con las tripas.
Pero demasiada cacha también cansa, por eso es que creo que no hay que tener miedo de escribir con el bobo de vez en cuando y dejar que se te vea, con roche, la menudencia. Por lo demás, está equivocado el que cree que un titulo, una maestría, un contrato ventajoso o un mejor sueldo te van a permitir, finalmente, sentarte a escribir. Al contrario, cuanto mejor te vaya y mejor te sientas, menores serán las posibilidades de que necesites escribir y cada vez más numerosas, las disculpas.
6 En más de una oportunidad y en más de dos he tenido una sensación (que creo que es la misma que tú has tenido, a veces), de que yo soy una de las pocas personas que te entiende, de que tú eres una de las pocas personas que me entiende. Pero entender no es la palabra, porque no hay nada que entender aquí sino más bien mucho que intuir, que sospechar, que presentir y que temer.
¿Me sigues? Claro que me sigues.
Es una cuestión completamente instintiva, un sexto sentido, algo animal: olemos el peligro, el miedo, el dolor, la muerte. Los olemos. Tú y yo los olemos. La diferencia está en que cuando tú lo detectas primero, me adviertes. Y cuando yo lo detecto primero, te cambio de tema, te distraigo, señalo hacia cualquier parte. Porque no quiero que sufras. Eso es todo. No porque no lo sepa. Todo lo que tú me tratas de decir. Yo ya lo sé. No necesitas decirme que soy tu mejor amigo. Porque yo ya lo sé.
Nadie sabe cómo me siento caminando de noche solo bajo toda esta nieve. Durmiendo en medio de extraños. Tratando de que el maldito tiempo pase rápido o se acabe. Solo tú. No necesito decírtelo, ¿ves? Tú ya lo sabes. El otro día en el teléfono te dije que no me siguieras diciendo lo que me estabas diciendo, (que repartir mis libros o mis películas entre los amigos era cómo repartir mis ojos o mis brazos), porque –una vez más– me estabas dando allí donde duele. Esa es la verdad. Y tú la sabes. No porque seas un genio. Sino porque te conoces. O lo que es lo mismo: porque me conoces y ya sabes lo que viene.
7 Aquí me tienes, merodeando, haciendo mi ronda nocturna en mi bicicleta de guachimán, dándole la vuelta a la manzana de tu bobo.
8 Me seduce la traición. La gente siempre me dice; ayyy, Ortiz, Ortiz, nunca vas a cambiar. ¿Cambiar? Cuando quiera cambiar me interno en el Centro Victoria –les digo, porque allí el drogadicto sí cambia. Aunque me he vuelto adicto a otras cosas. A patear el tablero para que se venga abajo el castillo de naipes o la yenga. A soplarle a la gente en la cara su cocaína para que no la inhale, para que se quede con las ganas. Soy adicto, por ejemplo, al contraespionaje. A ser enemigo, al mismo tiempo, de Dios y del diablo.
Me seduce la traición, ser victima de ella una y otra vez me reafirma en mi falta de fe en la humanidad y cometerla me produce una especie de vértigo fantástico que me emparenta con el mundo, con la fraternidad de los traidores. Tampoco hay que echarse a llorar por eso: sanar heridas o abrirlas, procrear o asesinar, ser un santo o una mierda son solamente dos estilos, dos tendencias, dos modas, dos maneras respetables de ser alguien.
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