Carlos Meléndez,Persiana Americana
El Apra, el PPC y AP gobernaron alguna vez Lima, pero desde los 90 no han presentado candidatos competitivos para la capital (salvo Lourdes Flores en 2010). Para las elecciones de octubre han confirmado su presencia en la cédula de votación, con candidatos “propios”, lo cual es, en nuestra política informalizada, excepción más que regla.
Enrique Cornejo (Apra) y Edmundo del Águila Herrera (AP) fueron elegidos en convenciones de delegados, mientras que Jaime Zea (PPC) en unas álgidas primarias –que alinearon a los pepecistas alrededor de sus dos principales facciones–. Ante la ausencia de figuras afiliadas con llegada directa al electorado (más allá de rumores como el de Pilar Nores como precandidata de la estrella), fueron las dirigencias locales las protagonistas del menú electoral municipal (incluidas, sobre todo, las listas de regidores).
Estas candidaturas muestran lo que son nuestros viejos partidos: redes de dirigentes intermedios, con ‘bases’ propias más preocupadas por el control de los recursos partidarios (comités distritales, padrón de miembros) que por su representatividad social. Llevan el peso de viejas marcas partidarias que –con la excepción relativa del PPC– cuestan renovar. La apuesta, en el mejor de los casos, radica en incluir el mayor número de regidores en el próximo concejo, que ha mostrado ser eficiente cantera de nuevas figuras. Ganar la alcaldía suena muy lejano. Cornejo, Del Águila y Zea, con bajo perfil mediático (aún), son lo mejor que nos pueden ofrecer nuestros viejos partidos.
Pero la opción en la acera del frente es peor: la personalización de Castañeda y Villarán, y el mercado ambulatorio de organizaciones como vientres de alquiler perjudican la institucionalización de la política.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.