Carlos Carlín,Habla.Babas
ccarlin@peru21.com
¿Es lícito que la dignidad, la honra, reputación de una persona pública o no, sea sometida al juicio, ataque, burla o sentencia de cualquier persona que tenga acceso a Internet? ¿Es justo que el nombre de un ser humano sea maltratado públicamente en un espacio público que perdurará en el tiempo colgado en las redes? ¿Es legal que cualquier deforme mental desfogue sus rabias, envidias y frustraciones contra cualquiera sin que exista un filtro que lo controle? ¿Puede la desinformación emitir juicios? Parece que sí. En el mundo actual, el mono dejó la metralleta y encontró en Facebook, Twitter y portales webs el lugar donde existir.
Creo en las libertades y no aplaudo las censuras, pero no me parece normal un mundo que, por un lado se llena la boca hablando de respeto y derechos humanos, y por el otro, permite, acepta o se acostumbra a validar el agravio y el insulto amparándose en la poética frasecita: “Todos tenemos derecho a opinar”. ¿Tiene derecho a opinar el que no sabe? Por supuesto que no.
Primero que se informe, de lo contrario que se abstenga. Para complicar la situación, los medios de comunicación validan insultos y agresiones con la premisa: “En las redes sociales comentan que….” y a continuación un catálogo de comentarios ofensivos, que cumplen su objetivo: venden ejemplares y consiguen más y más visitas. Entonces, subnormales, adolescentes aburridos, enemigos encubiertos, portátiles y demás parásitos tienen licencia virtual para defecar sobre cualquiera sin restricción alguna. Es fácil esconderse y atacar, es bien triste permitirlo pero comer de eso, es miserable.
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