Carlos Meléndez,Persiana Americana
Con miras a las elecciones de octubre, la izquierda viene coordinando un “acuerdo democrático” que apuesta por la reelección de Susana Villarán. El Frente Amplio –que aúna a Tierra y Libertad, Fuerza Social, PS, PCP, MAS y los Lerner boys– podría ampliar la convocatoria a otras fuerzas como “bases nacionalistas traicionadas por Humala”, Somos Lima, Acción Popular y Perú Posible. Es decir, una reunión de ‘left-overs’ de izquierda y de centro (¿?) que no cuentan con candidato propio marketeable (como Castañeda o Heresi) ni apuestan por la institucionalidad interna (como el PPC).
El amague de pacto con PP, sin embargo, ha generado oposiciones al interior de las partes. En la chakana, un sector –donde sobresale Juan Sheput– ha reclamado públicamente lo que considera una decisión desinstitucionalizadora. En la izquierda, TyL ha manifestado su desacuerdo debido a las denuncias de corrupción sobre Toledo.
Pero la principal oposición a una coalición tan plural proviene de las bases distritales. A pesar de su impopularidad, la gestión Villarán ha permitido articular cuadros políticos tanto a nivel metropolitano como barrial. La potencial coalición con una maquinaria experimentada y con otro tipo de cultura política (como la toledista) interrumpirá procesos autónomos de la izquierda local. En cambio, AP y SL a nivel organizativo no resultan amenazas, y a nivel de ‘marca’ son emblemas cuya inocuidad suma.
Más allá de razones éticas o ideológicas, las bases de izquierda persiguen dejar atrás la adolescencia organizativa. Lo que a nivel dirigencial asoma positivo puede ser contraproducente a nivel de bases. Esos son los costos cuando se ensaya una alianza con ‘sobras’ partidarias y con aperitivos organizativos que no sacian al elector.
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