Tzvetan Todorov,Ensayista
Autor: Gonzalo Pajares.
pajares@peru21.com
Es uno de los intelectuales más importantes del mundo. En 2008 recibió el Príncipe de Asturias por una vida dedicada a realizar estudios sobre literatura, historia, filosofía, arte, política y más. Es un investigador omnívoro, un pensador humanista que hoy se preocupa por el mundo de nuestros días y su fututo. Con ustedes, Tzvetan Todorov.
Nació en Bulgaria y vivió allí hasta sus 24 años. ¿Tuvo una vida feliz?
Tuve una infancia feliz, porque me llevaba muy bien con mis padres, pero Bulgaria, a partir de 1944, cuando tenía cinco años, ingresó a la esfera de influencia soviética y se volvió un país comunista, uno de los más represivos de Europa. Se abrieron colonias penitenciarias donde se ‘reeducaba’ a las personas que no pensaban como el régimen quería.
La política alejó la felicidad…
Poco a poco, Bulgaria fue creando un régimen muy duro, que muchas veces llevaba a la muerte. Reinaba el miedo, todos vigilaban a todos, cualquiera podía ser un delator –la esposa, el hermano–, toda conversación podía llegar a la policía, todas las relaciones humanas resultaban sospechosas. Yo era un pequeño prisionero de este sistema político, un mundo donde ser feliz era, simplemente, difícil. En casa era feliz; en la calle, no. Viví esto hasta los 24 años.
¿Quién es uno: nuestra familia o nuestro país?
Los dos son esenciales. Yo llevo a mis padres y a las personas de mi entorno dentro de mí. El sentido de pertenencia a un lugar es muy importante. Sin embargo, la verdad es que no somos solo una persona, somos personas múltiples. Esto, para los inmigrantes, es evidente. Yo soy búlgaro y francés, pero también soy una persona privada y una persona pública; soy un profesor que suelta frases muy serias en una clase, pero bailo en los conciertos de rock.
¿La búsqueda de la libertad es inherente al ser humano?
Cuando salí de Bulgaria, pensaba volver luego de un año. Salí de manera legal. Pero la libertad que me faltaba en Bulgaria la encontré en Francia, y eso me hizo muy feliz. Lo único que no entendía era ver a la gente de mi edad, con convicción marxista y comunista, soñando con ir a Bulgaria, mientras yo soñaba con quedarme en París (risas). Pero yo no creo que la libertad o su aspiración sea lo que domine la existencia humana. Lo que en verdad busca el hombre es ser querido, ser amado.
¿A qué aspira el hombre, entonces?
A vivir en una sociedad justa. La libertad es más una característica de la vida pero no es un objetivo de ella. El ser humano no existe en abstracto, lleva dentro su tradición cultural, es decir, no nacimos ‘seres humanos’, nacimos ‘peruanos’, ‘franceses’, ‘búlgaros’, etcétera. Las personas que nos rodean, sus tradiciones y sus costumbres, son las que nos dan personalidad. El objetivo del hombre es tener una vida plena, rica, con otros seres humanos alrededor. Es decir, en el ámbito privado, querer y ser querido, y, en el ámbito público, vivir en una sociedad que quizás no sea perfecta, pero sí más justa que otras… y con opciones de hacerla más justa aún.
En Francia hay 4,000 africanos acusados de someter a la ablación a las mujeres. Pero hay organizaciones francesas que los defienden por ‘respeto a su cultura’. ¿Cómo debemos afrontar la multiculturalidad?
La ley debe ser más fuerte que la costumbre. En un país, las leyes deben ser comunes para todos. No puede haber comunidades con leyes particulares, porque el país es uno. Ahora, cada circunstancia es distinta. En Francia se dio una ley que prohíbe que las mujeres usen el velo islámico en lugares públicos. Eso ha condenado a las mujeres islámicas a quedarse en casa, a una cárcel personal, por eso, me opongo a esta ley.
Usted fue estructuralista. ¿Qué pasó con este movimiento?
(Ríe). El estructuralismo, como otros, fue un método que permitió enriquecer el conocimiento. Pero hoy ha sido reemplazado por ‘una visión global’.
Hoy se dice que lo que importa es la mirada, y esa mirada es política, cultural, social…
Un análisis no excluye al otro. Se puede entender la literatura en su lazo íntimo, privado, como en su ámbito social. No me siento un académico sino un investigador, pero me parece evidente que si se analiza un libro y, al hacerlo, se lo reduce a la visión de una tradición cultural, en realidad no se está comprendiendo la obra. Las obras son más amplias, pueden ser universales. Por ejemplo, al leer un libro chino, no solo descubro esa cultura sino me descubro a mí mismo; por eso, también podemos leer Antígona y encontrar en sus páginas alguna revelación. Las obras salen de una cultura, pero no hay que reducirlas solo a ella.
¿Qué opina de Mario Vargas Llosa como pensador?
No le voy a contestar porque no he leído toda su obra, solo algunas cosas. Es una gloria peruana y mi opinión sobre él no será interesante (ríe).
AUTOFICHA
- Tuve una infancia feliz, pero Bulgaria, cuando tenía cinco años, ingresó a la esfera soviética y se volvió un país comunista, uno de los más represivos de Europa.
- El sentido de pertenencia a un lugar es muy importante. Sin embargo, no somos solo una persona, somos personas múltiples.
- Fui estructuralista. El estructuralismo, como otros, fue un método que permitió enriquecer el conocimiento. Pero hoy ha sido reemplazado por ‘una visión global’.
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