Beto Ortiz,Pandemonio
Hay días en que me despierto preguntándome para qué dejaré tanto espacio al lado izquierdo de mi cama. Me gusta más leer libros que escribirlos, pero, más que escribirlos o leerlos, lo que más placer culposo me produce es seguir comprándolos. Hay días en que me despiertan los besos mojados de mi perro. Hay días en que no me despierta ni un misil. No soporto mucho rato desnudo ante el espejo. Nadar a diario me está volviendo una persona menos cruel. Si el clima es lo suficientemente frío, el mejor lugar para pensar qué diablos hacer con tu vida es bajo el agua temperada. En Semana Santa me alojé en un hotel cuya piscina tenía en el fondo unas ventanas que daban al bar del primer piso y, cuando buceaba, los parroquianos de abajo sentían que estaban en Sea World. Mi madre decía que las personas que tenemos las comisuras de la boca hacia abajo desarrollamos una propensión a sufrir más. Me he inyectado ácido hialurónico una vez para que las comisuras no se me sigan curvando hacia abajo. Hay días en que se me antojaría internarme en una clínica de rejuvenecimiento por el tiempo que sea necesario para volver a tener 22 años y ser de nuevo un poco virgen. El otro día compré un juego incompleto de vajilla en un anticuario solamente porque me hizo acordar a la casa de mis papás. A veces me compro juguetes extraños, sombreros absurdos, cartas del Tarot y todo tipo de cojudeces inservibles. A veces compro un regalo para uno, pero se lo entrego al otro. Casi siempre compro regalos sin saber para quién son. No existe viaje en el que no pague exceso de equipaje. Una vez le pagué a tres hombres para que me bañaran en Turquía, pero prefiero una podóloga mujer. Cuando deseo a alguien con demasiada intensidad, casi siempre significa que, dentro de un rato, voy a desear intensamente que se vaya. Siempre que me preguntan cuándo perdí mi virginidad, pregunto cuál de las tres. Debuté con un puto y con una puta, respectivamente. De la tercera ya otro día te contaré. Siempre he pensado que sería muy feliz en Costa Rica. Algún día volveré a vivir en Brooklyn y en el Cercado, más precisamente en el último piso de ese edificio de París que está en la esquina de Wilson y Colmena.
Disfruto en secreto cuando algún conocido me ve por la calle con alguien de pésima reputación. Nunca salgo a la calle con famosos, pero tengo un amigo que es famoso por la curvatura de su pene. Tengo un amigo blanco que está convencido de que es negro. Tengo un amigo que me ama y su nombre no es Jesús. Cuando hago una entrevista horrible, me pregunto qué hago acá perdiendo mi tiempo y me pregunto lo mismo si alguna me resulta gloriosa. Cada vez que escribo esta columna me convenzo más de que podría invertir un poco mejor todos los demás sábados de mi vida. He comprado idénticas Nikes fosforescentes para mí y para Ralph, pero eso a ti no te importa porque no sabes quién es Ralph. Para que sepas, Ralph es alguien a quien el saco le queda grande, pero el mundo le queda chico. He comprado dos camisas idénticas para que me retraten con un ex, aunque parece que habrá que pepearlo primero, porque me tinca que no quiere. He comprado varias bolsas de Skittles de sabores tropicales para una persona con la que he conversado una sola vez en mi vida. Si Anderson Cooper me propusiera matrimonio, le diría que sí. No me parece atractivo en absoluto, pero es buen periodista y parece buen tipo. Si yo fuera heterosexual, me gustaría ser mujeriego. Si yo fuera mujer, me gustaría ser Sofía Rocha. Hay días en que quisiera ser mejor amigo de Morgana para escoltarla a Estocolmo a la entrega del Premio Nobel, fatigar la alfombra roja del Festival de Berlín sin ser cineasta, ser parte de la comitiva peruana en la Feria del Libro de Bogotá sin haber escrito y almorzar, a cada rato, con Nadine en Central, elegido el mejor restaurante del Perú. Me incomodan profundamente los almuerzos con gente importante porque me obligan a disimular que me llega al huevo la gente importante. Hay días en que quisiera ser Álvarez Rodrich para poder salir bailando en los comerciales de la Hora Loca de Sodimac. Un documentalista español me cobró ayer 400 soles por aburrirme mortalmente con un taller de cine insufrible al que no pienso regresar. Este jueves voy a conocer en persona a Antonio Banderas. No tengo claro a qué dedicarme el resto de este año. A veces tengo que parar a preguntarme si mi padre sigue vivo.
Puedo estrangular sin piedad al mozo que sirva camotito caramelizado o choclitos glaseados en mi cebiche. Me asalta, a veces, el temor de que un día se ponga de moda el cebiche de marshmallows. Anoche Carlos Galdós preparó una parrillada de reencuentro para los jurados de Perú tiene talento y todos tardamos un buen rato en animarnos a entrarle al cuy grillado. Nunca sé cuánta plata me queda en mi cuenta de banco. Nunca sé cuánto gano con exactitud. Puedo vivir varios meses ininterrumpidos de tallarines con atún. He pensado que no hay razón para comer arroz blanco todos los días. He decidido no volver a comer arroz blanco nunca más. Llevo varios años buscando un reloj de pulsera que realmente me guste y no lo encuentro. Pelearme con mis amigos me enternece tanto como reconciliarme. El resto de cosas me aburren. Últimamente dejo las novelas a mitad y me quedo dormido en las obras de teatro, incluso en los musicales y, sin embargo, pienso que no me equivocaba cuando –de niño– creía que algún día actuaría en ¡Aleluya, Aleluya! con Regina y con Cattone. Siento que acumulo karma cuando le compro bolsas negras para basura al bróder del centro “Clamor en el barrio” que se acerca a mi carro y me dice colabórame, varoncito. Me mata con eso de “varoncito”. La otra vez un parapléjico de Juanjuí al que no conozco me escribió por el Facebook y me pidió que lo trajera a Lima a rehabilitarse porque ya se estaba volviendo loco de mirar el techo y yo lo traje, pero no quiero conocerlo para que no me agradezca y me haga sentir bueno. Creo que lo más cerca que he estado de ser bueno ha sido entrenarme para voluntario de la lucha contra el sida en Mozambique. Creo que lo más cerca que he estado de suicidarme ha sido enrolarme en los Escudos Humanos para tratar de impedir el bombardeo de Kabul. Creo lo más cerca que he estado de firmar un cese de fuego conmigo mismo debe ser haber escrito esta canción sin ton ni son.
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