Carlos Meléndez,Persiana Americana
Se ha insistido en que los peruanos votamos mal. Se asume que las autoridades subnacionales elegidas –muchas envueltas en corrupción– son, básicamente, consecuencias de pésimas decisiones de un electorado que se dispara a los pies.
Poco se repara en que, para una buena selección, se requiere información eficiente, capaz de permitir al electorado descartar y escoger sus preferencias. Es decir, los políticos que postulan a cargos públicos deben presentar ante la ciudadanía características propias que los diferencien del resto. Quien logre distinguirse tendrá más probabilidades de aparecer atractivo en la cédula de votación.
Existen –principalmente– dos formas de comunicarse con el electorado: a través de la marca de la organización política y mediante una campaña centrada en el candidato. En contextos de baja institucionalización como el nuestro, las marcas partidarias están devaluadas (APRA, AP), dicen muy poco (APP, Vamos Perú, P. Humanista) o son extensiones de personalidades (Solidaridad, Siempre Unidos). Así, las candidaturas de mayor apoyo (hasta el momento) tienden a personalizar la comunicación política.
Castañeda, Villarán y Heresi basan sus mensajes en sus características personales y en sus gestiones, resaltando lo “políticamente correcto“ (obras, reformas, eficiencia). Poco importan las organizaciones que los cobijan (¿temporalmente?) y el proyecto político que los sustenta. Por eso sus ‘innovadoras ideas’ descansan en el marketing antes que en la concepción de cómo administrar la ciudad y el rol del ciudadano-vecino. Mucho cartel y poco debate de fondo. Existen issues inevitables (transporte, seguridad), mas no una visión holística para Lima (y otras ciudades). La oferta electoral es tan gris como el cielo de la capital.
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