17.MAY Viernes, 2024
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Opinión

La escualidez de los partidos ha producido la emergencia en nuestra fauna política de figuras como ‘el garante’, quien acude presto (en ropa deportiva si es necesario) a la protección del ahijado político cuando este lo requiere.

Carlos Meléndez,Persiana americana
El ‘garante’ es un ‘escudero’ jet-set, una suerte de Gustavo Pacheco con ph.D. Utiliza su prestigio internacional y su red de relaciones sociales para erigirse como poder fáctico. Tiene capacidad de influir en la agenda pública, por más que se queje de “oligopolios” mediáticos.

Es paternalista. Por ejemplo, cree que la opinión pública tiene que ser guiada por su sabiduría antes que manipulada por poderes maquiavélicos o intereses “golpistas”. A través de sus “llamados” enmarca sus intereses y gustos en discursos políticamente persuasivos. No es un incondicional. Su única obsesión son sus rivalidades históricas. No protege a sus ahijados porque es buena gente (o porque se une a la causa), sino para atacar y defenderse de sus enemigos políticos.

No está solo. Tiene alrededor una ‘portátil’ ad hoc (otro signo de nuestros tiempos) conformada por periodistas, operadores políticos, funcionarios estatales leales, lobistas, organizadores de eventos sociales (su ‘gentita’), que montan la infraestructura por donde transita la influencia del factótum. Le permite mantener viva su presencia aún cuando no resida en el país.

El ‘garante’ es parte de nuestro juego democrático, pero su capacidad de influencia es inversamente proporcional al desarrollo de nuestra institucionalidad política. Es una lamentable herencia colonial de jerarquías impuestas por el origen de los apellidos o por las castas de nobleza. Contradice un principio elemental del liberalismo: las opiniones de todos los seres son de igual valor.


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