Carlos Meléndez,Persiana Americana
Considerando las pobres expectativas, este debe de haber sido el mejor discurso del presidente Humala, lo cual no lo convierte en uno bueno, necesariamente. Intentó renovar la confianza ciudadana en un contexto de descrédito del gobierno, autoinfligido por falencias acumuladas en tres años.
Por antecedentes, sus mensajes tuvieron un saldo negativo en términos de popularidad. En el 2012 cayó dos puntos porcentuales luego del 28 de julio; en el 2013, cuatro puntos. Ayer, Humala enfrentó su escenario más adverso: 22% de aprobación, división al interior de su bancada, volatilidad ministerial (cuatro presidencias de consejos de ministros en un año) y desgaste político.
El discurso de ayer, efectivamente, no estuvo mal. El problema recae en las expectativas del peruano promedio. Según encuestas, seguridad y empleo son las prioridades populares. El gobierno abordó ambos aspectos con distinta fortuna. En Interior no delineó cambios significativos, por lo que se prevé que mantenga el estilo Urresti como “salida al paso“. A nivel de salarios, los decretos de urgencia que antecedieron al mensaje pautaron una decisión oportuna y efectista. El asunto es cómo se integran estas medidas particulares.
El gobierno enmendó su estrategia de comunicación con la ciudadanía y puso a sus ministros como protagonistas. Educación y salud se convirtieron en las bases de su inyección de optimismo, en su intención de ganar una interpretación positiva del mensaje. Su evocación a la unidad, sin embargo, quedó solo en el papel. Este gobierno es, por naturaleza, arisco políticamente; y ello es su principal obstáculo.
Así, sus medidas sectoriales no se gradúan de “reformas” porque no las plantea como espacios de concertación, sino como una ‘cachita’ y reto a sus opositores políticos. El Ejecutivo carece de una visión de integración horizontal (con otras fuerzas políticas y sindicales) y vertical (con las administraciones subnacionales) para potenciar los aspectos identificados. Lo más seguro es que no existen las condiciones para la utopía reformista. Palacio no tiene la habilidad ni el humor para tender puentes a la oposición social y política; tampoco estas dejan de lado el egoísmo de sus reivindicaciones particulares y de sus intereses cortoplacistas.
Un vacío notorio yace en la reforma política, donde se agota la creatividad tecnocrática y se deambula. No es posible que las prioridades planteadas por el presidente sean democracia interna, cuotas de género y transfuguismo, cuando aisladamente son inocuos. No hay big picture que aborde la descentralización política, las políticas anticorrupción y la Ley de Partidos Políticos de manera holística. Sin el tratamiento de la institucionalidad política como conjunto, las medidas paliativas vendidas como “reformas” en lo social y en materia de seguridad no tendrán efectos esperados ni sostenibilidad.
La sensación final es que el gobierno alcanzó el límite de sus capacidades y se inicia un periodo de interpretación de sus propios legados. En esta nueva etapa, con más filo electorero, la premier Ana Jara asumió el liderazgo de la comunicación política. Cometeríamos un error si nos quedásemos satisfechos con este desempeño errático y con amagos de enmienda, que llegan muy tarde. Por eso, el mensaje quedará registrado como un ejemplo de optimismos fallidos ante una élite política que defrauda. A fin de cuentas, esto es lo que hay.
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