Enrique Castillo,Opina.21
El PPC está partido en dos. Lourdes Flores y Raúl Castro comandan dos facciones enfrentadas frontal y, desde hace algún tiempo, públicamente. Y si sus miembros no lo quieren reconocer, eso es un verdadero problema porque entonces la posibilidad de encontrarle una solución al enfrentamiento es casi nula.
El caso Secada sólo fue una batalla más, como lo ha sido en el congreso partidario la discusión sobre la forma de elegir a los candidatos. El fondo del tema es la rivalidad –con sabor a frustración y venganza– que no permite reconciliar a los dos grupos. Y si a esto le sumamos las inoportunas y hasta impertinentes declaraciones que varios de los congresistas y dirigentes del PPC hacen constantemente para airear en los medios los “trapos sucios”, o para atacarse mutuamente, implícita o explícitamente, entonces resulta difícil que puedan negar una guerra declarada que todos vemos.
En un partido político deben existir las tendencias o las diferencias de opinión. Deben haber grupos o facciones que tienen ópticas y planteamientos diferentes, así como legítimas aspiraciones y/o ambiciones. Si no, no podrían llamarse democráticos ni estarían en la lucha política.
Pero lo que está ocurriendo en el Partido Popular Cristiano va un poco más allá de la competencia y el enfrentamiento político que debe darse para fortalecer a un partido. Lo que están haciendo en realidad es debilitarse mutuamente y debilitar a un partido que debió aprovechar las pocas pero beneficiosas coyunturas que le ofreció el 2013.
La extraña actitud de la bancada pepecista al dar el voto de confianza al gabinete Cornejo con la sola garantía de una nota de prensa, no ayuda tampoco a exhibir seriedad o a pedir confianza.
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