22.NOV Viernes, 2024
Lima
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Opinión

La señora Villarán y su círculo de hierro no hicieron lo que le correspondía: mostrar logros y comunicarse con la población.

Mauricio Mulder,Pido la palabra
Congresista

La incapacidad, el despilfarro y la mentira consuetudinaria impulsaron, sin duda, un proceso por el cual 400 mil limeños firmaron, con su nombre y apellidos completos, el pedido de revocar a Susana Villarán. Todas las encuestas mostraban que, desde los primeros meses del año 2012, algo se iba moviendo en los sectores más populares de Lima contra la gestión de la alcaldesa. Cifras de 60 o 70 por ciento por la revocatoria se daban contundentemente mucho antes de que siquiera se hubieran comprado padrones para la recolección de firmas.

Ese simple hecho, común en la política, pudo ser analizado y enfrentado por la alcaldía de Lima si la señora Villarán hubiese tenido criterio y tino para autocriticarse, y se hubiese preocupado por saber cuáles eran las razones por las que tenía alta desaprobación. Por el contrario, creyéndose infalibles, los capitostes de la municipalidad recurrieron, con arrogancia y soberbia, al argumento de que estaban siendo objeto de conspiración por la mafia, los corruptos etc., que tenían la osadía de atacarlos a ellos, los decentes, los célebres, los honestos.

Creyeron, absurdamente, que insultando a los promotores, desprestigiándolos, atacándolos, la revocatoria se desinflaría. Creyeron que, polarizando la confrontación –como si los promotores del Sí fuesen candidatos simultáneos a un cargo­­–, los cientos de miles de limeños que claman por resultados concretos en la gestion pública iban a variar sus cuestionamientos. Pusieron millones de dólares, repartieron prebendas y favores, usaron todo tipo de recursos, incluso los públicos, para voltear el estado de animo de la población.

Arrogantemente reclutaron a muchos famosos, en la creencia soberbia de que bastaba que ellos dijesen que estaban por el No para que el pueblo, subyugado como corderito, automáticamente se volcase a respaldarla. Algo así como “tú, que no eres nadie, vota como te lo dice este famoso, porque sabe más que tú”. El mismo error del Fredemo. Toda la prensa, todos los artistas, todos los deportistas, al unísono salían a respaldar a Vargas Llosa. Solo faltaba que el Señor de los Milagros lo hiciese, como contara el propio escritor en su libro El pez en el agua en magistral relato. El pueblo se empecinó más en votar por el más desconocido, el más ignorado, el último de la tabla, y le dio la primera magistratura.

La señora Villarán y su círculo de hierro, desde el primer día hasta hoy, no hicieron lo que correspondía: mostrar sus logros y comunicarse directamente con la población. En lugar de acudir todos los días a reunirse con los sectores más pobres en asambleas vecinales para escucharlos y ordenar las obras que ellos les reclaman, se dedicaba a buscar los rabos de paja de sus oponentes y a apuntalar a sus acólitos con consultorías innecesarias. Paralizó todas las obras grandes con el solo objetivo de mostrar que todas ellas estaban mal hechas o eran corruptas. Llegó incluso a decir que su gestión no era para construir obras sino “espacios de ciudadanía”. Fácil es decir eso cuando se tienen sus necesidades básicas satisfechas, pero no cuando tienes que subir el cerro con tu balde de agua sin siquiera una escalera. Llegaron incluso a menospreciar a quienes les exigían obras, diciendo que esa es una forma superada de hacer gestión. Y eso lo escuchaban los ciudadanos en sus atiborradas combis, en sus calles plagadas de delincuentes, en sus barrios tugurizados.


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