Beto Ortiz,Pandemonio
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Haciendo cuentas, de los 45 que cumple lo conozco 25. Es decir, el gordo y yo vamos celebrando ya nuestras bodas de plata. Como soy hija única, igual que él, pertenecemos a la misma especie solitaria que busca desesperadamente algún cómplice en la vida. Pero debo confesar que la primera vez que lo vi, en la redacción de Página Libre, no hubiera imaginado que ese chico gordito con polo de Tracy Chapman y que parecía que se había leído todos los libros de la Biblioteca Nacional y que subía pachochón al segundo piso donde estaba nuestro cubil felino del suplemento, sería después, parte de mi corazón. Cuando salí embarazada de mi primera hija nos quedamos sin trabajo. Ideando maneras de ganarnos la vida, a Beto se le ocurrió que con todo lo que sabíamos podíamos hacer talleres sobre periodismo en las universidades del país donde se dictara el curso. Así, mi barriga creció entre aviones y discursos, donde Beto me cuidaba al milímetro: que no se me acercaran mucho, que por favor no me empujaran y hasta me dio el gusto de comer pachamanca en la mitad de la carretera en Cerro de Pasco sólo porque tuve antojo. Eso sí, no le gustaba ver mi barriga. Un día se la quise enseñar y casi se muere. Ya con ocho meses de embarazo tuvimos que subir a un avión para ir a Trujillo, y no me dejaban subir a menos que “el padre” firmara una autorización. Y obvio, para los del aeropuerto, el padre era Beto. No valió que el gordo tratara de explicar, airado, que él no tenía nada que ver con esa creación. Finalmente no le quedó más remedio que estampar su rúbrica en el documento. En algún lugar debe haber quedado registrado que él es el padre de Nonata Ortiz Ursula, mi bebé.
Elsa Úrsula, periodista.
Ser la persona favorita de alguien debe significar el verdadero éxito. Una cosa, mi Guruguru, es que ser un hijo, un primo o un hermanito y otra es que una persona que no nació cerca tuyo piense que el colegio a tu lado hubiera sido mucho mejor, que el nido, que el futuro seria entretenidísimo. Mientras escribo esta carta –esperando a que termines tu siesta para celebrar tu cumpleaños– estoy lejísimos de casa y, conmigo, otras dieciocho personas han venido hasta aquí porque estar en algún lado donde no estés hoy, con tus cuarenticinco añitos, no era una opción válida. Espero que te quede claro que entre todos los que estamos esta noche, hay quizás más de uno para quien eres la persona favorita del universo celeste, pero por lo menos hay una feliz de ser la Bonnie de tu Clyde. Te quiero, Blancanieves.
Carla García, novia oficial.
En la mañana te envié en el twitter, un twitter que decía feliz cumple Beto y mi madre me ha dicho que has recibido muchos twitters y no sé si has leído el mío porque no me contestaste. Te voy a contar de mis caracoles, uno se llama igual que tú. Adiós.
Alejandro Ciriani, autor del blog Yo y el Síndrome de Asperger.
Lo que sus críticos no conocen de él es su gran pasión por la música. Hace varios años me permitió conocer a Erik Satie a través de sus hermosas Gymnopedies. Hoy, cada vez que vuelvo a escuchar esa melodía recuerdo a Beto pero también a Bruno de Olazábal porque Beto me envió aquella melodía desde Estados Unidos como una especie de abrazo a la distancia el día en que Bruno murió. De cosas como esa ha estado llena esta intensa amistad que creo que nadie entiende pues, adonde voy, no falta quién me pregunte: ¿Cómo puedes ser amiga de Beto Ortiz?
Inés Elejalde, periodista.
¿Te acuerdas de David Carradine mechando en Kung Fu? Algo parecido sucede cuando van los políticos a ALO. Suavecito nomás les rompes un brazo o un par de costillas. Ahora entiendo por qué no me hiciste caso cuando te pedí que dejaras la tele y te dedicaras a escribir. Tal vez parte de tu talento radique en que pocas veces les haces caso a los consejos de tus amigos. En especial a mí, el hermano menor mongo. Eso no ha impedido que nos caguemos tanto de la risa todo este tiempo. Compartiendo microbús a la salida de la revista Sí, sorteando travestis para llegar a la redacción de Página Libre, o chupando unas chelas calientes en ese hueco sin muebles de Miami al que llamabas tu casa. Y así, quedamos un día para vernos. Y olvidamos los desencuentros, los años en blanco y los silencios. Nos volvemos a reír a carcajadas. Volvemos a ser, otra vez, esos chibolos que en un micro perdido por Lima tramaban la conquista del Perú.
Andrés Edery, artista.
Me he volteado en cinco pensando. Yo no escribo, tomo fotos o escribo tomando fotos. No eres tú, soy yo. Siempre supe que el hilo conductor entre tú y yo era la huida. Huir, siempre huir. De tus fans, de los pedilones, de los gerentes, de los coleguitas, de los políticos, de los choros. O, por supuesto, huir de un canal. Comprarte el pasaje caleta, el assist card caleta, subirte a mi auto caleta para llevarte al aeropuerto caleta para que te puedas fugar a New York y tomarte la foto caleta y, encima, subir la foto para El Trome caleta y mientras tú te paseas por Central Park, encargarme de tu mudanza caleta y cambiarte de departamento caleta. Creo que ya me di cuenta de quién soy. Soy tu hermana caleta. Soy la wedding planner de tu vida.
Inés Menacho, fotógrafa, asistente de dirección.
Ese día opiné demasiado. “Vaya, no sabía que los editores también hablaban” -exclamó Beto, el jefe. Absorbí aire y un poco tembloroso, novato ante todo el staff de Enemigos Íntimos, respondí: aunque usted no lo crea, señor. Sonido de grillos por un par de segundos y, luego, la carcajada de toda la mancha. Desde entonces,somos amigos y hablar de mi causa Beto Ortiz en reuniones de colegas editores es una verdadera vaina, siempre me dicen: Richi, cuidado, vas a terminar asesinado. Pero ya estamos en el 2013 y sigo en pie y nuestra amistad ha crecido como los cabellos de Sansón. Fuerte y colosal. Sé que editaremos muchas travesuras visuales en el futuro. Que nunca editemos los momentos de furia, tristeza o alegría de que está hecha nuestra vida. Que nos lluevan.
Ricardo Sánchez, editor de TV.
Frances y yo leímos tu nota en Perú21 sobre la Navidad. Obviamente Panchita lloró y yo tuve que hacer esfuerzos para no hacerlo. Nos conmoviste con tu sinceridad, con tu tristeza. ¡Qué paradoja! Has hecho cosas grandes pero estás solo. Buscando amor, mientras lo encuentras, recuerda que tienes otro amor, el de tus tantos amigos que te queremos incondicionalmente. De los que estamos juntos en la mala hora y también en tus días de gloria, los que disfrutamos siempre compartir nuestra mesa contigo, los que seríamos, sin ti, una cofradía imposible.
Nicolás Lúcar, periodista.
Sentada en el avión, camino a Cusco para celebrar tus 45, me pongo a pensar que tengo que quererte mucho para escribir, como tú sabes soy más oral que escrita. Tengo muchos recuerdos contigo: recuerdos de días en que he querido matarte y también recuerdos de los buenos. Lo que nunca olvidaré es cuando me acompañaste a comprar unos malditos ositos de peluche para mis hijas. Recorrimos todo Los Ángeles con tus papás, con los que te acababas de reencontrar después de varios años de exilio. Mientras empujabas la silla de ruedas de tu mami, alucinaste viéndome comprarle politos, zapatitos, mochilita, gorritos para esos peluches que se rellenaban de algodón y hasta se les ponía un corazón. Ahora miro hacia atrás y pienso que tú estabas pasando por unos de tus peores momentos. Cuando me dejaste en mi hotel y nos despedimos, tu mami me miró y pareció regresar desde su lejano mundo para regalarme una tierna sonrisa. Recuerdo su carita de niña traviesa y, ¿sabes?, me encantaría tener el poder de regalarte un minuto de aquella sonrisa por tu santo.
Frances Crousillat, productora de TV.
Fue por un mail que nos enteramos que la celebración por tu cumpleaños se iniciaba no en tu set, ni en el vuelo 2041, tampoco en el puputi del mundo, sino aquí, escribiéndote todos tu columna. Entonces decidí meterme un viajecito en la máquina del tiempo: mis viejos álbumes de fotos, y encontré la postal que me regalaste cuando cumplí 25. Mi querido Gordiux, siempre has sido un especialista en hacer regalos; generoso, detallista. La postal: una foto en B/N de la guapísima Michelle Pfeiffer en smoking, cigarro en mano y luciendo un coquetísimo bigote estilo lápiz de los 50. Lo mejor estaba a la vuelta . Escribiste:
“Si yo fuera jerma, sería tu hembrita. Si tú fueras hombre, también. Si yo fuera hombre, plancha quemada. Si tú fueras jerma, también. Si yo fuera léxera, sería tetona (y no me querrías). Si tú fueras gay, serías locaza (y tampoco; budín). Si tú tuvieras, por unos días, lo que yo tengo, probablemente romperías. Si yo tuviera por unos días lo que tú tienes… ¡qué nervios! Lo nuestro, por lo tanto, es imposible. Qué suerte ¿no?”.
Y como si nada pasaron veinte años. Dos décadas en las que he sido Celestina, terapeuta de pareja, compañera de salidas de boletazo, secuaz para urdir un plan de fuga por Tacna (que nunca ocurrió) y hasta testigo auditiva involuntaria de tus faenas amatorias (estaba en el cuarto contiguo pues). Nos hemos peleado. Por supuesto. Amigo con el que no te has peleado, no es realmente tu amig@.
Y me han preguntado, más de una vez, ¿cómo puedo ser tu amiga? ¡Cómo no serlo! El amor ya cruzó la barrera del tiempo y como Polystel se mantiene joven aunque pasen los años. Cuanta gente tiene la suerte de encontrar en su vida a un genio-loco, un poco –bastante– inestable e impredecible y al mismo tiempo integro y bondadoso, que gracias a su memoria selectiva, risa fácil y agudo sentido del humor te produce amnesia y piensas ¿por qué nos peleamos?
Oye, en unos 25 años hay que pensar en esa casa de reposo exclusiva para gays, ¿te parece? La vamos a pasar de puta madre.
Bibiana Melzi, periodista.
Había una vez una amistad que sufrió un terrible accidente. En coma durante varios años, un día despertó y los dos amigos se abrazaron. Sabían que había que volver al km 96, donde todo se nubló. Sabían que el camino sería largo. Pero confiaron otra vez y de inmediato se echaron a andar…
Claudia Cisneros, periodista.
Me voy del Perú. Dejo el periodismo porque no puedo estar más tiempo acá. Eso me dijiste, luego de recibir tu llamada de urgencia una noche del 2003. Nos encontramos en la esquina de la avenida Arequipa y Risso. Sólo atiné, desencajado, a preguntarte por qué. No hubo explicación alguna más que una despedida. Nadie más sabía de tu decisión. Fue la primera vez que nos dimos un abrazo interminable y un beso en la mejilla con el miedo de no volvernos a ver. Han pasado diez años de eso y aquí estamos, como siempre, más grandes, más fuertes, invencibles cuando estamos juntos, más amigos que nunca.
Martín Suyón, productor general.
Hace 20 años, cuando todavía vivías en San Borja con tus papás, te fui a buscar montando bicicleta y salió a abrirme tu mamá y me dijo, cariñosa y extrañamente apurada, que tenía que hacer unos encargos. Detrás de ella apareciste tú con esa sonrisa tierna de cuando quieres cuidar a quien amas pero sabes que las cosas ya no son ni serán como todos quisiéramos que sean. Tu mamá entró de nuevo, pues obviamente no tenía que hacer ningún encargo, y tú con ojos de dolor y fascinación me dijiste: mi mamá acaba de armar el árbol de Navidad. El detalle es que estábamos en junio. Ese día pedaleamos hasta La Herradura y fuimos felices pese a que la vida no era lo que queríamos que fuera.
María Luisa del Río, escritora.
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