Carlos Meléndez,Persiana Americana
El relevo ministerial se ha convertido en anecdótico bajo el gobierno de Humala. Los analistas nos gastamos imaginando jugadas de ajedrez o pugnas de poderes detrás de los ajustes, mientras que la realidad es mucho más canalla. Cuando los cambios en el Gabinete no se originan tras significativas crisis (generalizadas o sectoriales), sino como parte de la cotidianidad de la administración, el reemplazo pierde su funcionalidad política. No oxigena ni blinda, tampoco asume su rol instrumental de reorientar la gestión pública; tan solo delata cuán perdido está quien conduce el país.
Antes los ministros eran voceros de sus sectores. Combinaban especialidad y peso político. Hoy, ser PhD en Economía y carecer de pasado político es suficiente para ser ministro intercambiable en Producción, Transporte, Energía, Vivienda, Agricultura. En aquellos sectores donde no se encuentra este perfil, se apela a la confianza y a características personales (la honestidad de Albán, el carácter de Urresti). La ausencia de políticas gubernamentales y la permanencia de ‘orejones’ presidenciales patentizan cuán cosméticas son las substituciones.
La tecnocracia sin norte político se desgasta. El intercambio de figuritas ministeriales devalúa a los propios técnicos. Quienes desean ser recordados como grandes reformadores terminan como consultores con fajín bicolor (y un CV mejor cotizado para su próxima chamba en cooperación internacional). El ministro con “términos de referencia” no pone los términos del debate de fondo.
Así, a tres años de recorrido presidencial, el relevo ministerial se ha convertido en anécdota y el gobierno de Humala –como señaló el periodista Ricardo León– en solo un párrafo en los libros de Historia del Perú.
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